lunes, 28 de abril de 2008

La naturaleza no es muda

Por Eduardo Galeano
Publicado en Página 12, domingo 27 de abril de 2008

El mundo pinta naturalezas muertas, sucumben los bosques naturales, se derriten los polos, el aire se hace irrespirable y el agua intomable, se plastifican las flores y la comida, y el cielo y la tierra se vuelven locos de remate.

Y mientras todo esto ocurre, un país latinoamericano, Ecuador, está discutiendo una nueva Constitución. Y en esa Constitución se abre la posibilidad de reconocer, por primera vez en la historia universal, los derechos de la naturaleza.

La naturaleza tiene mucho que decir, y ya va siendo hora de que nosotros, sus hijos, no sigamos haciéndonos los sordos. Y quizás hasta Dios escuche la llamada que suena desde este país andino, y agregue el undécimo mandamiento que se le había olvidado en las instrucciones que nos dio desde el monte Sinaí: “Amarás a la naturaleza, de la que formas parte”.

- Un objeto que quiere ser sujeto

Durante miles de años, casi toda la gente tuvo el derecho de no tener derechos.
En los hechos, no son pocos los que siguen sin derechos, pero al menos se reconoce, ahora, el derecho de tenerlos; y eso es bastante más que un gesto de caridad de los amos del mundo para consuelo de sus siervos.

¿Y la naturaleza? En cierto modo, se podría decir, los derechos humanos abarcan a la naturaleza, porque ella no es una tarjeta postal para ser mirada desde afuera; pero bien sabe la naturaleza que hasta las mejores leyes humanas la tratan como objeto de propiedad, y nunca como sujeto de derecho.

Reducida a mera fuente de recursos naturales y buenos negocios, ella puede ser legalmente malherida, y hasta exterminada, sin que se escuchen sus quejas y sin que las normas jurídicas impidan la impunidad de sus criminales. A lo sumo, en el mejor de los casos, son las víctimas humanas quienes pueden exigir una indemnización más o menos simbólica, y eso siempre después de que el daño se ha hecho, pero las leyes no evitan ni detienen los atentados contra la tierra, el agua o el aire.

Suena raro, ¿no? Esto de que la naturaleza tenga derechos... Una locura. ¡Como si la naturaleza fuera persona! En cambio, suena de lo más normal que las grandes empresas de los Estados Unidos disfruten de derechos humanos. En 1886, la Suprema Corte de los Estados Unidos, modelo de la justicia universal, extendió los derechos humanos a las corporaciones privadas. La ley les reconoció los mismos derechos que a las personas, derecho a la vida, a la libre expresión, a la privacidad y a todo lo demás, como si las empresas respiraran. Más de ciento veinte años han pasado y así sigue siendo. A nadie le llama la atención.

- Gritos y susurros

Nada tiene de raro, ni de anormal, el proyecto que quiere incorporar los derechos de la naturaleza a la nueva Constitución de Ecuador.

Este país ha sufrido numerosas devastaciones a lo largo de su historia. Por citar un solo ejemplo, durante más de un cuarto de siglo, hasta 1992, la empresa petrolera Texaco vomitó impunemente dieciocho mil millones de galones de veneno sobre tierras, ríos y gentes. Una vez cumplida esta obra de beneficencia en la Amazonia ecuatoriana, la empresa nacida en Texas celebró matrimonio con la Standard Oil. Para entonces, la Standard Oil de Rockefeller había pasado a llamarse Chevron y estaba dirigida por Condoleezza Rice. Después un oleoducto trasladó a Condoleezza hasta la Casa Blanca, mientras la familia Chevron-Texaco continuaba contaminando el mundo.

Pero las heridas abiertas en el cuerpo de Ecuador por la Texaco y otras empresas no son la única fuente de inspiración de esta gran novedad jurídica que se intenta llevar adelante. Además, y no es lo de menos, la reivindicación de la naturaleza forma parte de un proceso de recuperación de las más antiguas tradiciones de Ecuador y de América toda. Se propone que el Estado reconozca y garantice el derecho a mantener y regenerar los ciclos vitales naturales, y no es por casualidad que la asamblea constituyente ha empezado por identificar sus objetivos de renacimiento nacional con el ideal de vida del “sumak kausai”. Eso significa, en lengua quichua, vida armoniosa: armonía entre nosotros y armonía con la naturaleza, que nos engendra, nos alimenta y nos abriga y que tiene vida propia, y valores propios, más allá de nosotros.

Esas tradiciones siguen milagrosamente vivas, a pesar de la pesada herencia del racismo que en Ecuador, como en toda América, continúa mutilando la realidad y la memoria. Y no son sólo el patrimonio de su numerosa población indígena, que supo perpetuarlas a lo largo de cinco siglos de prohibición y desprecio. Pertenecen a todo el país, y al mundo entero, estas voces del pasado que ayudan a adivinar otro futuro posible.

Desde que la espada y la cruz desembarcaron en tierras americanas, la conquista europea castigó la adoración de la naturaleza, que era pecado de idolatría, con penas de azote, horca o fuego. La comunión entre la naturaleza y la gente, costumbre pagana, fue abolida en nombre de Dios y después en nombre de la Civilización. En toda América, y en el mundo, seguimos pagando las consecuencias de ese divorcio obligatorio.

sábado, 19 de abril de 2008

PARA REFLEXIONAR

Un hombre hablaba del cielo y del infierno con el Señor. El Señor le dijo al hombre:-Ven te mostraré el infierno.Entraron en un cuarto donde había un grupo de individuos sentados en torno de una gran olla de guiso.Todos estaban famélicos y desesperados. Cada uno tenía una cuchara que llegaba a la olla, pero todas las cucharas tenían un mango mas largo que su propio brazo, así que no podían usarla para llevarse la comida a la boca.El sufrimiento era terrible.

-Ven te mostraré el cielo, dijo el Señor después de un rato.Entraron en otra habitación, idéntica a la primera: la olla con guiso, el grupo de personas, las mismas cucharas largas.Pero alli estaban todos felices y bien alimentados.-No entiendo, dijo el hombre, ¿Cómo aquí estan felices y en el otro cuarto todos estan tristes, si todo es igual?

El Señor sonrió.-Es muy simple, dijo, Aquí aprendieron a alimentarse unos a otros.

Que podamos aprender a alimentar nuestros corazones, aprendiendo a alimentar el corazón de nuestro prójimo.

martes, 8 de abril de 2008

¿Cuánto cuesta una puesta de sol?

Leonardo Boff
Un gran empresario estadounidense, estando en Roma, quiso mostrarle a su hijo la belleza de una puesta de sol en las colinas de Castelgandolfo. Antes de situarse en un buen ángulo, el hijo preguntó al padre: “papá, ¿dónde se paga?”.
Esta pregunta revela la estructura de la sociedad dominante, asentada sobre la economía y el mercado. En ella se paga todo -también una puesta de sol- todo se vende y todo se compra. Según hizo notar ya en 1944 el economista estadounidense Polanyi, en ella se operó la gran transformación al conferir valor económico a todo. Las relaciones humanas se transformaron en transacciones comerciales y todo, realmente todo, desde el sexo a la Santísima Trinidad , se vuelve mercancía y oportunidad de lucro.
Si quisiéramos calificarla diríamos que esta es una sociedad productivista, consumista y materialista. Es productivista porque explota todos los recursos y servicios naturales buscando el lucro y no la conservación de la naturaleza. Es consumista porque si no hay un consumo cada vez mayor tampoco hay producción ni lucro. Es materialista porque su centralidad es producir y consumir cosas materiales y no espirituales como la cooperación y el cuidado. Está más interesada en el crecimiento cuantitativo -cómo ganar más- que en el desarrollo cualitativo –cómo vivir mejor con menos, en armonía con la naturaleza, con equidad social y sostenibilidad socio-ecológica-.
Cabe insistir en lo obvio: no hay dinero que pague una puesta de sol. No se compra en la bolsa la luna llena «que sabe de mi largo caminar». La felicidad, la amistad, la lealtad y el amor no están a la venta en los centros comerciales. ¿Quien puede vivir sin esos intangibles? Aquí no funciona la lógica del interés, sino la de la gratuidad, no la utilidad práctica sino el valor intrínseco de la naturaleza, del cálido paisaje, del cariño entre dos enamorados. En esto reside la felicidad humana.

Alguien tan fuera de sospecha como Daniel Soros, el gran especulador de las bolsas mundiales, confiesa en su libro La crisis del capitalismo global (1998): “una sociedad basada en transacciones solapa los valores sociales; estos expresan un interés por los demás; presuponen que el individuo pertenece a una comunidad, sea una familia, una tribu, una nación o la humanidad, cuyos intereses tienen preferencia frente a los intereses individuales. Pero una economía de mercado es todo menos una comunidad. Todos deben cuidar de sus propios intereses y maximizar sus lucros con exclusión de cualquier otra consideración”.

Una sociedad que decide organizarse sin una ética mínima, altruista y respetuosa de la naturaleza, está trazando el camino de su propia autodestrucción.

No es de extrañar entonces que hayamos llegado adonde hemos llegado, al calentamiento global y a la aterradora devastación de la naturaleza, con amenazas de extinción de amplias porciones de la biosfera y, en último término, hasta de la especie humana.

Sospecho que al no romper con el paradigma productivista/consumista/materialista en dirección al cultivo del capital espiritual y al sostenimiento de toda la vida con un sentido de pertenencia mutua entre la tierra y la humanidad, podemos encontrarnos con la oscuridad.

Debemos intentar ser, por lo menos un poco, como la rosa cantada por el poeta místico Angel Silesius (+1677): “la rosa existe sin un porqué: florece por florecer, no se preocupa de sí misma ni pide ser mirada”(aforismo 289). Esa gratuidad es uno de los pilares del nuevo paradigma salvador.

www.atrio.org/ - 04-Abril-2008