viernes, 26 de diciembre de 2008


Actividades próximas:

Cultos dominicales: a las 10,30 hs.
Domingo 11 y 25 de enero.
Domingo 11- Predicador: Jacques Combette
Domingo 25: con Santa cena
FEBRERO
Domingos 8 y 22
Domingo 8: Predicador invitado
Domingo 22: con Santa Cena
RECORDAMOS:
Domingo 28 de diciembre: CULTO DE ACCIÓN DE GRACIAS- Traer motivos de agradecimiento y algo para compartir (comestible) en un tiempito después del culto.

NO NOS OLVIDEMOS QUE DIOS NO SE TOMA VACACIONES, Y NUESTRA VIDA DE FE, TAMPOCO.
No dejemos de orar, de compartir la Palabra de Dios y de comunicarnos con nuestros hermanos y hermanas

FELIZ Y BENDECIDO 2009 SIGUIENDO LAS HUELLAS DE NUESTRO MAESTRO: JESÚS


CONSEJOS DE UN PADRE A SU HIJO:

* Observa el amanecer por lo menos una vez al año.
* Estrecha la mano con firmeza, y mira a la gente de frente a los ojos.
* Ten un buen equipo de música.
* Elige a un socio de la misma manera que elegirías a un compañero de tenis: busca que sea fuerte donde tú eres débil y viceversa.
* Desconfía de los fanfarrones: nadie alardea de lo que le sobra.
* Recuerda los cumpleaños de la gente que te importa.
* Evita a las personas negativas; siempre tienen un problema para cada solución.
* Maneja autos que no sean muy caros, pero date el gusto de tener una buena casa.
* Nunca existe una segunda oportunidad para causar una buena primera impresión.
* No hagas comentarios sobre el peso de una persona, ni le digas a alguien que está perdiendo el pelo. Ya lo sabe.
* Recuerda que se logra más de las personas por medio del estímulo que del reproche (dile al débil que es fuerte y lo verás hacer fuerza).
* Anímate a presentarte a alguien que te cae bien simplemente con una sonrisa y diciendo: Mi nombre es fulano de tal; todavía no nos han presentado.
* Nunca amenaces si no estás dispuesto a cumplir.
* Muestra respeto extra por las personas que hacen el trabajo más pesado.
* Has lo que sea correcto, sin importar lo que otros piensen.
* Dale una mano a tu hijo cada vez que tengas la oportunidad. Llegará el momento en que ya no te dejará hacerlo.
* Aprende a mirar a la gente desde sus sandalias y no desde las tuyas. Ubica tus pretensiones en el marco de tus posibilidades.
* Recuerda el viejo proverbio: Sin deudas, sin peligro.
* No hay nada más difícil que responder a las preguntas de los necios.
* Aprende a compartir con los demás y descubre la alegría de ser útil a tu prójimo. (El que no vive para servir, no sirve para vivir).
* Acude a tus compromisos a tiempo. La puntualidad es el respeto por el tiempo ajeno.
* Confía en Dios, pero cierra tu auto con llave.
* Recuerda que el gran amor y el gran desafío incluyen también 'el gran riesgo'.
* Nunca confundas riqueza con éxito.
* No pierdas nunca el sentido del humor y aprende a reírte de tus propios defectos.
* No esperes que otro sepa lo que quieres si no lo dices
* Aunque tengas una posición holgada, has que tus hijos paguen parte de sus estudios.
* Has dos copias de las fotos que saques y envíalas a las personas que aparezcan en las fotos.
* Trata a tus empleados con el mismo respeto con que tratas a tus clientes.
* No olvides que el silencio es a veces la mejor respuesta.
* No deseches una buena idea porque no te gusta de quien viene.
* Nunca compres un colchón barato: nos pasamos la tercera parte nuestra vida encima de él.
* No confundas confort con felicidad.
* Nunca compres nada eléctrico en una feria artesanal.
* Escucha el doble de lo que hablas (por eso Dios nos dio dos oídos y una sola boca).
* Cuando necesites un consejo profesional, pídelo a profesionales y no a amigos.
* Aprende a distinguir quiénes son tus amigos y quiénes son tus enemigos.
* Nunca envidies: la envidia es el homenaje que la mediocridad le rinde al talento.
* Recuerda que la felicidad no es una meta sino un camino: disfruta mientras lo recorres.
* Si no quieres sentirte frustrado, no te pongas metas imposibles.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Otra Navidad es posible (y necesaria)




Propuestas para una Navidad alternativa
José Eizaguirre, SM
Artículo publicado en la revista Vida Nueva, nº 2.406, 20-27 de diciembre de 2003

La Navidad, ¿según san Mateo o según santa Claus?

Hay momentos en que la Navidad nos deja un sabor agridulce. Quizá no sea más que ese sentimiento contradictorio que en algún instante nos llega todos los años por estas fechas al experimentar la dicotomía entre lo que sabemos que celebramos y la manera como vemos que se está celebrando.
Pero ¿qué es lo que estamos festejando en Navidad? Otros, ya lo vemos; nosotros, los cristianos, celebramos que Dios, el Dios infinito, invisible e inefable, se ha encarnado, se ha hecho uno como nosotros en la persona de Jesús de Nazaret. Y además, naciendo de una muchacha virgen en una aldea remota de una región remota de un imperio. Y lo ha hecho por su voluntad soberana y, sobre todo, por el desmedido amor que nos tiene, para enseñarnos a vivir como hijos suyos, miembros de una única familia, y para acercarnos a Él. ¿Cabe celebrar misterio más asombroso y alegría más inconcebible?
Sin embargo, es fácil constatar cómo la celebración de la Navidad se ha ido progresivamente banalizando en nuestra sociedad. Entre tanta parafernalia se hace cada vez más difícil encontrar el misterio de ese Dios que se abaja desmesuradamente, haciéndose ser humano y además, instalándose en la periferia de la sociedad. Con los relatos evangélicos en la mano –y en el corazón–, la celebración de la Navidad debería suscitarnos unas vivencias muy distintas a las que nos invitan las costumbres sociales o los medios de comunicación.
Es así. En la cultura del consumismo en que vivimos, las fiestas Navideñas parecen precisamente la gran fiesta del derroche donde todo el mundo echa el resto, algo así como las fiestas patronales del consumismo, la gran celebración donde se manifiesta la grandeza del sistema (ocultando sus miserias). Y ello precisamente tomando como pretexto la Navidad. ¿No es un insulto para los cristianos?
Del mismo modo que nos ofende y molesta la manipulación social que se hace de algunos sacramentos, no podemos dejar de sentir un cierto amargor e indignación ante esta otra manipulación. Cuando uno piensa que todo este despliegue se realiza precisamente ahora porque coincide con la celebración de la Navidad, ¿cómo no sentirse ofendido?
Siendo fieles a la verdad, hay que reconocer la parte de responsabilidad que tenemos los cristianos en que hoy se celebre la Navidad con estos excesos. No en balde son los llamados “países cristianos” los que están a la cabeza del consumismo. Pero una vez hecho este necesario acto de contrición, ¿no podríamos hacer algo para corregirlo?
No basta que procuremos cada uno vivir la Navidad de la mejor manera posible, no basta que “nosotros” vivamos la Navidad cristianamente mientras fuera, en la calle, se utiliza el nombre de nuestro Dios en vano. De alguna manera debemos expresar que la Navidad no es eso y que –¡por el amor de Dios!– no se confundan las cosas.
¿Pero qué podemos hacer? Desde luego nada si pensamos en “cambiarlo todo”. Pero, tal vez sí podamos hacer pequeños gestos de afirmación y rebeldía. Estas páginas quieren ser precisamente una invitación a comenzar por aquí, a empezar por algún “gesto profético” que muestre que “otra Navidad es posible” (y necesaria).

Un “gesto”

Podemos decir que un gesto es una acción visible que remite a un significado. Cuando, por ejemplo, durante la celebración de la eucaristía el presidente nos invita a “intercambiar entre nosotros un gesto de paz”, lo que hacemos es hacer visible con una pequeña acción la realidad que queremos significar: que somos hermanos, unidos en Cristo, partícipes de una misma Cena.
Pero los gestos no solo remiten a un significado real; a veces, con nuestros gestos expresamos simplemente aquello que queremos vivir y que no siempre vivimos. En ocasiones no es primero el significado y luego el signo sino al revés. Volviendo al ejemplo, ¿no sucede a veces así con el gesto eucarístico de la paz? Seguro que alguna vez nos ha pasado: tengo ciertas reservas con alguien a mi lado por un incidente que hemos protagonizado hace poco, llega el momento de la paz y... “sea, es verdad, no tiene sentido seguir dolido; por mi parte está todo olvidado, la paz sea contigo”. En este caso, el gesto no ha sido signo de la paz que reina entre nosotros sino precisamente su detonante; el gesto litúrgico nos ha ayudado a “hacer las paces”. Los gestos nos ayudan así a vivir aquello que queremos vivir; mejor dicho, aquello que ya vivimos, aunque todavía no del todo.
Éste puede ser un sentido claro de nuestro gesto. Expresamos no sólo lo que ya vivimos sino sobre todo lo que queremos vivir y todavía no vivimos en plenitud. Y confiamos en que nuestro gesto nos ayude a ello.
En el caso que nos ocupa, con nuestro gesto navideño no sólo queremos denunciar una situación no querida por Dios, también estamos moviéndonos en la dirección en que nos queremos mover. Nuestro gesto nos ayuda a vivir la Navidad como el Evangelio nos invita a vivirla y no como nos invita el “mundo”.

Un gesto “profético”

Pero aunque nosotros mismos seamos los primeros destinatarios de nuestro gesto, no debemos olvidar su dimensión visible, su repercusión externa. La Biblia es constante al reflejar que en toda acción profética hay una doble componente de anuncio y de denuncia. Los profetas del Antiguo Testamento, el mismo Jesús y luego sus discípulos fueron gestos vivos de denuncia de una situación no querida por Dios y de anuncio de una buena noticia de salvación.
Algunos gestos proféticos fueron especialmente llamativos, como los pedidos por Dios a Jeremías, realizados generalmente “a vista de todos” (Jr 19, 10; 32, 12). Otros son más modestos en su proclamación pública, pero no menos exigentes en su realización. En cualquier caso, todo gesto profético ha de ser mínimamente visible, pues de eso se trata, de denunciar públicamente una situación no querida por Dios y de anunciar un mensaje de conversión y de salvación.

Un gesto profético compartido

Cada uno de nosotros somos gestos vivos de muchas cosas; es la expresión natural de lo que somos y de los dones que hemos recibido. Somos así “profetas” que mostramos con nuestro actuar tal o cual aspecto del Evangelio. Pero cuando es toda la comunidad cristiana la que se pone de acuerdo para insistir en determinado aspecto del Evangelio, ¡eso sí es un signo llamativo! En esta sociedad que fomenta el individualismo, el que un grupo de personas obren a la par y de común acuerdo es algo que llama la atención y que cuestiona.
A eso estamos precisamente llamados como miembros de la Iglesia, a ser en comunión signo de salvación, sal de la tierra y luz de las gentes: No se enciende una luz para meterla debajo de la cama sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa. Alumbre también vuestra luz a los hombres; que vean el bien que hacéis y glorifiquen a vuestro Padre del cielo (Mt 5, 15-26).
Y esto sin olvidar que, además, hacia dentro todo proceso de búsqueda y de puesta en práctica de algo que realizamos juntos siempre tendrá una repercusión positiva, en cuanto contribuye a la comunión y a la búsqueda conjunta de la voluntad de Dios. Por eso, las propuestas que vienen a continuación –concebidas inicialmente para comunidades de vida consagrada– pueden realizarse a título individual, pero es mejor si se llevan a la práctica conjuntamente.

Algunos ejemplos
Ante un consumismo desmesurado, consumo solidario.

No hace falta insistir en la irracionalidad del consumismo excesivo durante las fiestas navideñas, un consumismo que ignora y ofende a esos dos tercios de la humanidad que sobreviven con lo imprescindible o con menos que eso.
¿Podríamos hacer algún gesto que recordara la existencia de esa “periferia” del sistema? Una periferia en la que sabemos que nuestro Señor vino a poner su morada. No se trata de abstenerse de consumir, cosa que al fin y al cabo necesitamos –aunque nunca vendrá mal que moderemos nuestro consumo–, sino de hacerlo de otra manera, con otro sentido.
¿Qué tal sonaría una cena de Navidad compuesta exclusivamente (o, al menos, tanto como se pueda) por productos de Comercio Justo? Seguramente nos costará encontrar pavo o pescado de Comercio Justo, pero ahí está la creatividad y el abrirnos a otro tipo de menú. Nuestra cena será menos “tradicional” pero más solidaria. No dejaremos de celebrar por ello el nacimiento de nuestro Salvador y sí realizaremos un gesto precioso de compartir las alegrías y las penas de los que luchan por unas relaciones comerciales justas. ¡Una cena de Navidad alternativa!

Ante el “¡que la suerte te acompañe!”, que nos acompañe otro Espíritu

Si las navidades son las fiestas patronales del consumismo, el sorteo de la lotería de Navidad es uno de sus eventos culminantes. Cada año se baten nuevos “récords históricos” de recaudación. Sirva un detalle: ¿alguien recuerda algún año en que alguno de los premios mayores haya revertido a la Administración porque precisamente ese número no llegó a venderse? Según el Organismo Nacional de Loterías y Apuestas del Estado (4), en el año 2002 se vendió el 95% de la emisión. Si se repite el mismo porcentaje, este año los españoles nos gastaremos 2.382.600.000 euros, que repartidos entre los 42,6 millones que somos resulta una media de 55,93 euros por persona (5). Son cifras que hablan por sí mismas. ¿Nos apuntamos al juego?
Pero más allá de las cantidades, nos enfrentamos aquí al “espíritu de la lotería”, ese eslogan laico de “¡Que la suerte te acompañe!”, con el que cedemos una vuelta de tuerca más a la progresiva desaparición de Dios de nuestro lenguaje. Pero, sobre todo, un eslogan y un espíritu transmisores de unos valores que, cuando menos, debemos juzgar a la luz del Evangelio.
Es verdad que muchas veces compramos participaciones de lotería de parroquias, asociaciones y entidades sin ánimo de lucro que con este sistema cubren parte de sus ingresos anuales. Bien está el colaborar con nuestro dinero a todas estas causas, pero, nuevamente, ¿por qué para ayudar a otros hay que entrar en el juego de la lotería?
En rigor, los juegos de azar no son en sí mismos contrarios a la justicia, aunque resultan moralmente inaceptables cuando se destinan a ellos cantidades exorbitantes que privan a las personas de atender a sus necesidades o a las de los demás (6). Y ciertamente que es normal en nuestra sociedad jugar a la Lotería de Navidad. Pero lo que aquí se propone es precisamente ir más allá de lo que todos vemos como “normal” y adelantarnos en un gesto intencionadamente profético. Que quienes nos conozcan sepan que nosotros, que estamos celebrando otra cosa, no queremos participar en un juego cualitativa y cuantitativamente tan ajeno a nuestro “espíritu de la Navidad”. Y si no tenemos más remedio que comprar alguna participación, procuremos deshacernos de los boletos antes del día del sorteo. ¡Ese sí que puede ser un gesto profético y llamativo!

Ante la cultura del regalo, regalos contraculturales

La cultura consumista ha sido muy hábil para disfrazar el desmesurado consumo navideño a través de la justificación de los regalos. Es verdad que gastamos mucho en Navidad, pero no es para nosotros sino para regalar a otros. La buena noticia de la encarnación de Dios nos hace estar tan contentos que transmitimos nuestra alegría acompañándola de un obsequio. Tiene su sentido... pero al final, también tiene su trampa. Si me han regalado, yo también tendré que regalar. Tenemos que hacer un regalo a... porque es lo “tradicional”. Al final, entre todos los regalos que nos hacemos unos a otros, es difícil no caer en el cebo consumista que nos hace perder el sentido gratuito de todo regalo.
¿Podríamos reaccionar ante esta cultura del regalo entrampado? He aquí varias posibilidades:
- Transmitamos el gozo de la Navidad con regalos que no cuesten dinero: una tarjeta que lleve algo de nosotros, una carta reposada, una llamada oportuna, un largo rato pasado con quien nos necesita... Y para aquellos más hábiles o creativos, ¿por qué no regalar algo hecho por nosotros, algo que lleve algo de nosotros mismos? Y, de paso, pensemos en destinar a los pobres el dinero que habíamos previsto gastar en regalos.
- Diferir los regalos en el tiempo. Si tenemos que regalar algo, hagámoslo en otro momento del año. Desde luego que nuestro regalo será así más gratuito e inesperado. Esto puede ser especialmente recomendable si tenemos que regalar algo a niños sabiendo que en estas fechas van a estar literalmente sepultados en juguetes. Apenas notarán un regalo menos y sí lo agradecerán, por inesperado, cuando se lo demos pasado un mes o dos.
- Hacer regalos alternativos. Regalos que lleven algo de Dios y del Niño que no tuvo sitio en la posada. Por ejemplo ¿qué tal hacer un donativo en nombre de otro y mandarle el recibo a su nombre? “Pensando en ti he dado este dinero para esta causa; he preferido dedicar el dinero que iba a gastarme en ti en darlo a otros que lo necesitan más. Espero que sepas comprender este gesto, que te hace a ti también más generoso, y te invito a repetirlo”. O también regalar productos artesanales procedentes del Tercer o Cuarto Mundo, acompañados de la correspondiente explicación. ¿Y por qué no regalar una suscripción a una revista religiosa o solidaria?
- Anunciar de antemano que rechazamos todo regalo. Convenzamos a nuestros familiares y amigos que no necesitamos regalos para creer en su amistad; y que si quieren hacerlo, que preferimos que su generosidad se vuelque en aquellos que están más necesitados. “El mejor regalo que me puedes hacer por Navidad es un recibo de un donativo tuyo a una ONG”. ¿Qué tal suena esto?
- Pedir en nuestras empresas que la cesta de Navidad tradicional esté compuesta este año por productos de Comercio Justo, ofreciéndose si es preciso a preparar los paquetes. Y animar a otros compañeros de trabajo a hacer lo mismo, explicando razonadamente nuestros motivos.

Ante la estética del espumillón, una decoración alternativa


¿Alguien se ha preguntado de dónde procede la estética navideña y qué sentido tiene? No es suficiente responder que tanta lucecita y tanto espumillón son signos de alegría y fiesta; en otras fiestas que celebramos a lo largo del año la decoración no es la misma. El belén tiene una larga tradición católica (y cierto fundamento bíblico), sobre todo en España, pero ¿sabemos el sentido que tiene llenar un árbol de luces de colores?
En el fondo, la pregunta importante es: ¿Qué queremos que nos recuerde la decoración navideña de nuestra casa? ¿Está expresando los valores evangélicos o más bien otro tipo de valores? ¿Nos está ayudando a vivir las claves cristianas de la Navidad? ¿Cuáles son los sentimientos que queremos que nos suscite? ¿Y qué estamos transmitiendo con esta decoración navideña a quienes vienen a nuestra casa?
Y a continuación: ¿es ésta la decoración más adecuada para todo esto? Más allá del “siempre hemos decorado la casa así”, este año tenemos la oportunidad de decorarla de otra manera, de modo que a nosotros nos lo recuerde y a quien entre en nuestra casa en estos días le haga darse cuenta: “es verdad: aquí se vive la Navidad de otra manera...”.
¡Claro que hay que decorar la casa y engalanarla de fiesta! Pero de tal manera que nuestra decoración nos recuerde siempre el motivo de nuestra alegría. Y aquí en cada lugar tendremos que dar nuestra propia respuesta. Vayan, no obstante, algunas pinceladas temblorosas:
- ¿Por quién se ha encarnado Jesús? Por ti, por mí, por todos los de la casa. Pues decorémosla con fotos nuestras, que nos recuerde que somos nosotros lo más importante en ella. Tal vez cuando nos encontremos en el pasillo o en la cocina las fotos de los demás, surgirá una oración de agradecimiento y petición... “Es verdad, Jesús se ha encarnado por ti”.
- ¿Por quién más se ha encarnado Jesús? Por todos los seres humanos, y especialmente por aquellos más necesitados. Pues decoremos la casa con fotos de todos ellos: los hambrientos, los refugiados, los mendigos... ¿Mal gusto? Al contrario: es el gusto originario de la Navidad (¡que se lo digan a María!)... Ellos, como los pastores de Belén, siguen siendo los primeros destinatarios de la Buena Noticia.
- ¿Qué ha venido a traer Jesús a la tierra? El don de la paz. Pues decoremos la casa con motivos que nos lo recuerden.
- ...Y así podríamos seguir.

Ante una tradición importada, la importancia de nuestra tradición

Seguro que en este punto hay opiniones para todos los gustos, pero no quiero dejar de recordar lo fácilmente que vamos incorporando a nuestro universo navideño imágenes y conceptos importados de otras culturas (sobre todo, la anglosajona). Un señor gordinflón vestido de rojo que viaja en un trineo volador tirado por renos y que sobrevuela los tejados nevados y entra en las casas por la chimenea para dejar regalos en los calcetines no es precisamente algo que encaje naturalmente en nuestra cultura.
Respetemos y valoremos otras tradiciones culturales, pero sepamos también apreciar la importancia de la nuestra. A la hora de decorar nuestra casa, de elegir un papel para envolver un regalo, de aceptar una bolsa en una tienda, de enviar una felicitación navideña... Puestos a elegir entre el Portal de Belén con sus pastorcitos y Papa Noel con sus renos voladores, ¿todavía vamos a dudar?

Ante la avalancha de imágenes y mensajes, silencio mediático

En la cultura de la imagen en que vivimos, las fiestas navideñas también parecen ser el momento culminante de los recursos publicitarios: anuncios luminosos, montajes que cubren las fachadas de los grandes almacenes, reportajes publicitarios en televisión, espectáculos y galas especiales... Podemos preguntarnos qué valores están transmitiendo todos esos mensajes que nos inundan estos días. ¿Son los valores evangélicos o por el contrario son más bien los valores del “mundo”?
¿Qué tal sonaría una acción protesta ante tanta avalancha de mensajes “anti-navideños”? ¿Qué tal sonaría una familia o una comunidad religiosa que decide pasar todo el tiempo de Navidad sin encender la televisión (salvo, tal vez, los informativos)? No es dar la espalda al mundo, es un gesto de protesta y denuncia de que en estas fechas los medios de comunicación están desvirtuando el sentido cristiano de la Navidad. ¡Silencio para la caja tonta!
Porque si hay una época del año cristiano en que se impone el silencio –después del Viernes Santo– es Navidad. ¿Quién puede captar lo que supone el misterio de la Encarnación? Ante un abismo así, ante una maravilla extraordinaria que supera nuestra capacidad, hagamos un silencio igualmente extraordinario.
Y, de rebote, ese “silencio de televisión” podría favorecer otro tipo de comunicación entre nosotros...

Ante un sentimentalismo barato, una auténtica comunicación personal

Es un hecho que la Navidad nos enternece el corazón. La propia publicidad utiliza con frecuencia esta especial receptividad a lo sensible que todos tenemos en estas fechas. Nos volvemos más tiernos, más cariñosos, nos decimos cosas bonitas y nos deseamos los mejores deseos... pero debemos preguntarnos: ¿hay verdadera ternura, auténtica comunicación personal, acercamiento sincero a la realidad del otro? La respuesta tiene mucho que ver con esta otra pregunta: ¿qué queda de todo esto pasadas las fiestas?
He aquí un gesto que será poco visible en el momento, pero tal vez con repercusiones profundas a medio plazo: aprovechemos estos días para ahondar en nuestra comunicación. Si nos ponemos “sentimentales”, que lo sea de verdad.
Seguramente más de una vez hemos recibido como auténtico regalo una confidencia, una corrección fraterna, unas palabras sinceras acerca de nosotros mismos y de cómo nos perciben los demás. Pues bien, tal vez esta Navidad puede ser una excelente ocasión para “regalarnos sinceridad”. Podría ser esa conversación que lleva tanto tiempo esperando. O mejor una carta en la que, con la tranquilidad que da la expresión escrita, nos atrevemos a decirnos lo que habitualmente nos reservamos. O, para familias o comunidades, tal vez sea la ocasión de realizar una dinámica de grupos, si es preciso con la ayuda de algún profesional.
“Es Navidad; regale sinceridad”. ¡Qué mejor eslogan para estas fechas! ¡Qué mejor homenaje a Aquel que para eso ha nacido y para eso ha venido al mundo: para ser testimonio de la Verdad (Jn 18, 37)!
Ante el “vuelve a casa por Navidad”, invitar a nuestra casa a los que no pueden
Las fiestas navideñas son las fiestas familiares por antonomasia. Todos hacemos un esfuerzo por reunirnos en estos días con el núcleo familiar o con la comunidad religiosa. Son días de especial convivencia. Nadie “ajeno” al ámbito familiar o comunitario suele compartir con nosotros unas celebraciones tan íntimas.
Pues bien, excepcionalmente, ¿por qué no abrirnos a quienes no tienen con quien compartir estos días? Me refiero a personas del entorno que sabemos que pasan la Nochebuena solos. Puede ser bonito compartir así esa noche la intimidad de la celebración.
Todavía más: Salid a las plazas y calles de la ciudad y haced entrar al banquete a los pobres y lisiados, a los ciegos y cojos (Lc 14, 21). Es verdad que “sentar un pobre a la mesa” en Navidad y despedirle después puede resultar contradictorio y hasta escandaloso. Pero tal vez se nos ocurran fórmulas para compartir la mesa con los “pobres y lisiados”. ¿Por qué no pensar en pasar la Nochebuena en un albergue de transeúntes o en un asilo de desahuciados?
Por ejemplo, desde hace años miembros de la Comunidad de San Egidio preparan y sirven una comida el día de Navidad para todos aquellos sin techo con quienes se viene tratando a lo largo del año (el año pasado fueron más de seiscientos). Es una iniciativa más entre otras para mostrar que Jesús nace entre los pobres. Seguro que todos tenemos a mano alguna iniciativa parecida a la que apuntarnos.

De consumidores pasivos a voceros de la Navidad

Hemos partido de un cierto malestar ante cómo se está desvirtuando el sentido de la Navidad en nuestra sociedad. Y hemos propuesto unas cuantas sugerencias que pueden ayudarnos a vivir aquello que queremos vivir. En primer lugar por nosotros mismos, pero también por lo que nuestro gesto puede tener de anuncio y denuncia de otra Navidad posible y necesaria.
¿Queremos seguir anunciando y denunciando? Entonces aún tenemos tarea por delante:
- Si, por ejemplo, nos parece mal que nuestras autoridades municipales dediquen tanto dinero a iluminar las calles mientras hay personas sin techo que duermen en ellas, ¡digámoselo! Escribamos una carta a nuestro alcalde expresando que, como ciudadanos y como cristianos, no estamos de acuerdo con ese aspecto de su gestión municipal y que preferimos que el dinero de nuestros impuestos se dedique en Navidad a atender las necesidades de los marginados antes que a kilovatios superfluos. Nuestra carta será como una gota perdida en un océano, pero ¿y si el alcalde recibiera cien o mil cartas como ésa?
- Si nos disgusta la utilización de motivos navideños como instrumento comercial para vender más, ¡hagámoslo saber! Escribamos a los centros comerciales diciendo que, como clientes y como cristianos, nos ofende que utilicen motivos religiosos como reclamo publicitario y que mientras lo sigan haciendo elegiremos otros establecimientos más respetuosos con nuestras creencias. Nuevamente nuestra carta no ocasionará más que una leve sonrisa al Director Comercial, pero ¿y si fueran cien o mil cartas las que recibiera?
- Y si nos desagrada el que los medios de comunicación –empezando por la telebasura– cuenten parcialmente la realidad y nos presenten una Navidad de cava y mazapán, ¡no nos conformemos! Sigamos escribiendo una y mil cartas a los medios pidiendo que no oculten estos días ese rostro sombrío de quienes se quedan al margen. Que además de las fiestas de los ricos, queremos que nos retransmitan cómo pasan la Navidad los que no tienen nada y aquellos que los acompañan.
¿Todavía nos parece poco? Si, además de estas cartas, queremos que nuestra voz llegue realmente a la calle, ¡salgamos a la calle! ¿Qué tal una manifestación silenciosa por una zona comercial en hora punta con petos o pancartas al estilo de “Recuerda: en Etiopía también es Navidad”? O poner carteles en el barrio con el lema: “¿Y tú qué celebras realmente en Navidad?”. O fabricar chapas o pegatinas y llevarlas encima todos estos días: “¡Quien ha venido es Jesús, no Santa Claus!”... Son propuestas creativas y vistosas, probablemente no para todos, que llevadas a cabo siempre con respeto pueden ser tan válidas como las anteriores. Si otros hacen estas cosas para anunciar sus productos o sus ideas, ¿por qué no nosotros, los cristianos?

Conclusión

Aquí van algunas sugerencias a modo de ejemplos. Seguro que más de una es ingenua o irrealizable. No importa; no se ofrecen como recetas a copiar sino como ideas a desarrollar, para que se intuya que es mucho lo que podemos hacer para mostrar que la Navidad es otra cosa distinta de lo que nos ofrece hoy nuestra sociedad. Por eso tan importante –o más– que el gesto en sí es el proceso que nos ha de llevar a él: por qué y para qué hacemos lo que hacemos. En el fondo no se trata más que de preguntarnos qué es la Navidad para nosotros, cómo queremos vivirla y qué podemos hacer para ayudarnos a vivirla como queremos.
Celebremos el misterio de la Encarnación, ¡claro que sí! Juntémonos a comer, regalémonos lo mejor de nosotros mismos, vistámonos de fiesta, compartamos con otros nuestra alegría y reservemos también algún tiempo para el silencio. Pero busquemos también gestos que nos ayuden a nosotros mismos y que manifiesten a quienes nos contemplan qué es realmente lo que estamos celebrando: el misterio de un Dios que nos quiere tanto que se ha hecho uno como nosotros. O, mejor dicho, uno como los últimos de nosotros.

Tres citas para terminar
Hay un proverbio escocés que, gracias a Internet, se está haciendo universal:

Muchas cosas pequeñas,
en muchos lugares pequeños,
hechas por mucha gente pequeña,
pueden transformar el mundo.


No está mal. Una frase ilusionante que nos pone en línea con los grandes sueños que nos mueven. ¿Quién no ha soñado alguna vez con transformar el mundo? ¿Quién no sigue soñando con otro mundo distinto?
Bien. De acuerdo. Probablemente no vayamos a transformar el mundo. Probablemente no consigamos cambiar las políticas de nuestros ayuntamientos, ni las estrategias comerciales de las grandes superficies, ni las tendencias sesgadas de los medios de comunicación.

Tal vez seamos “soñadores más modestos”. Quizás entonces sintonicemos mejor con la cita de Eduardo Galeano:
Son cosas chiquitas.
No acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo,
no socializan los medios de producción,
y, de cambio, no expropian las cuevas de Alí Babá.
Pero quizás desencadenen la alegría del hacer y la traduzcan en actos.
Y, al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito,
es la única manera de probar que la realidad es transformable.


Sí, es legítimo y cristiano aspirar a transformar el mundo, pero probablemente lo más que lleguemos a transformar sea un poquito la realidad de nuestro espacio inmediato. No es poco, porque demostraremos que la realidad es transformable.

Pero aún en el caso de que ni siquiera ese entorno cercano pueda ser cambiado, todavía nos queda el cuento genial de Tony de Mello:

Una vez llegó un profeta a una ciudad
con el fin de convertir a sus habitantes.
Al principio la gente le escuchaba cuando hablaba,
pero poco a poco se fueron apartando,
hasta que no hubo nadie
que escuchara las palabras del profeta.
Cierto día, un viajante le dijo al profeta:
«¿Por qué sigues predicando?
¿No ves que tu misión es imposible?».
Y el profeta le respondió:
«Al principio tenía la esperanza
de poder cambiarlos.
Pero si ahora sigo gritando
es únicamente para que no me cambien ellos a mí» (7).


Esto sí que no nos lo quitará nadie. Aunque nos parezca que nada cambia a nuestro alrededor, aunque no veamos el resultado de nuestro gesto, al menos seguiremos siendo fieles a nosotros mismos y a la manera como queremos vivir la Navidad. Y, en esta fidelidad, seguiremos voceando que otra Navidad es posible (¡y necesaria!). Merece la pena.

NOTAS:
1- EL MUNDO, 15-12-97.
2- ABC, 5-12-03
3- LA RAZÓN, 23-11-03
4- EL MUNDO, 18-11-03
5- El estudio de la CECU mencionado estima que cada madrileño se gastará este año 149 euros en Lotería de Navidad.
6- Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2413.
7- Anthony de Mello, El canto del pájaro. Sal Terrae 1982, p.82

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Señor, renueva tu Paz


Señor renueva tu paz en medio de tu pueblo.

Queremos pedirte
Paz para aquellos que lloran en silencio
Paz para los que no pueden hablar
Paz cuando parece que todo perece.

Señor renueva tu paz en medio de tu pueblo.

En medio de la ira, la violencia y el desencanto;
de las guerras y la destrucción de la tierra.
Muéstranos, en esta oscuridad, tu luz.

Señor renueva tu paz en medio de tu pueblo.

Queremos pedirte
Paz para aquellos que alzan su voz en reclamo
Paz cuando muchos no la quieran escuchar
Paz mientras hallamos el camino y a la justicia.

Señor renueva tu paz en medio de tu pueblo.