Luis Eduardo Cantero, ALC Noticias
El fenómeno de la migración ha sido parte de la historia de la humanidad. La misma Biblia desde el Génesis hasta el Apocalipsis nos muestra la historia de hombres y mujeres que se trasladaban de un lugar para otro, siguiendo un sueño, compartir un mensaje, etc., estas migraciones podríamos llamarlas voluntarias. Pero, la misma Biblia también, nos muestra las migraciones involuntarias obedeciendo a diferentes circunstancias políticas, económicas, sociales, religiosas: asociadas, en su mayoría, a hechos de violencia.
Nuestra sociedad hoy vive esta dinámica de migraciones voluntarias, pero en su mayoría involuntaria. Esta ultima es la mas común, para la muestra un botón: Colombia es un país que ha vivido por lo menos 150 años de guerras, los primeros 100 años de esta guerra se vivió en la sociedad rural, que provocó la salida de un sinnúmeros de hombres y mujeres que se desplazaban del campo a las grandes ciudades en busca de un lugar mejor que los sacara de su situación de miseria y precariedad. Actualmente, el caso más dramático es el desplazamiento forzado de campesinos e indígenas que han tenido que huir de sus comunidades por la presencia de grupos ilegales, “hay riesgo de reclutamiento de menores y esto podría tener implicaciones sobre el desplazamiento”, afirmó Noël – Wetterwald en una entrevista a William Delgado .
A lo anterior, se añade la discriminación contra las comunidades indígenas, que se deja ver en el despojo violento de grandes terratenientes que se hacen de sus tierras con masacre de tribus, según asegura Ángel Torres y el desplazamiento forzado institucional debido a las construcciones hidroeléctricas en Córdoba. También se ve la discriminación hacia estos grupos debido a la falta de educación, salud y alimentación; el hambre, las epidemias, la falta de tierras cultivables, el agua potable siguen diezmando los pocos grupos indígenas que subsisten en nuestro país.
Otros colombianos y colombianas han tenido que emigrar a países limítrofes, entre ellos Venezuela, Ecuador y Panamá, huyendo de la violencia, en busca de un lugar para vivir en paz. Estos que huyen a países vecinos viven en extrema pobreza; otros, en cambio han contado con suerte al tener parientes en los países del primer mundo, han recibido asilo y logran ocupar un puesto laboral mejor. Qué de aquellos que han tenido que arriesgar la vida por caminos inhóspitos para llegar a Ecuador, Panamá o Venezuela.
Esta situación de indefensión en que quedan los migrantes y desplazados es un desafío para la acción cristiana, no podemos quedarnos de brazos cruzados, indoloros, con nuestros hermanos que sufren, tirados en el camino, esperando no solo que se le de el pan, sino que hagamos algo por ellos. Esperan una respuesta de parte de la iglesia cristiana, necesitan que se les orienten a no dejar el país y a defender sus derechos como ciudadanos. Este es el trabajo de la iglesia, abrir una pastoral con ellos, pero una pastoral abierta no cerrada, que sea ecuménica, es decir, el trabajo no es de una determinada comunidad religiosa, sino de toda las comunidades cristianas que deseen trabajar por los indefensos, que sea una oportunidad para trabajar en equipo en solidaridad y hermandad, recordando las palabras que Jehová nos encomendó: “Cuando un forastero habite con vosotros en vuestras tierras, no lo molestes ni lo oprimiréis. Lo tratará como uno de vosotros y lo amarás como a ti mismo, pues ustedes, también fueron forastero en Egipto (…)” (Levítico 19: 33 – 34)
1 William Delgado, “ENFOQUE: Delegado de Acnur señala restitución de tierras como mayor reto con los desplazados”, Entrevista a GospelNoticias.Com/ALC
http://www.alcnoticias.org/interior.php?codigo=15935&lang=687
2 Ángel Torres, “paz justa en Colombia”, en Revista Cencos – Iglesias, julio # 232 (1998), pp. 20 – 21.
NOTA RELACIONADA
Los desterrados
Por Mario Elkin Ramírez
Se ha aplicado el eufemismo “desplazado” para designar a la víctima, pero sus testimonios dan cuenta de que se trata de algo más poderoso que el simple desalojo y el traslado de un lugar a otro del país. Son numerosos los casos en los que la víctima es perseguida y sometida al llamado “desplazamiento múltiple”.
En ese acoso, el sujeto pierde las coordenadas psíquicas, simbólicas e imaginarias en las que ya no puede definirse como ciudadano del lugar donde nació, propietario de tal parcela, reconocimiento como vecino, con nombre propio, familia e historia, y le es destruida como referencia identitaria la geografía que lo rodeó y le sirvió de punto de orientación y de construcción de hábitos sedentarios. Ahora tiene la certeza de saberse dueño de nada y de no pertenecer a ninguna parte. Hay, en consecuencia, un quiebre psíquico importante en los mal llamados “desplazados”, por lo que, propiamente, se les debería llamar “desterrados”.
Para el 2007 se registraban en Colombia 2.853.445 personas desplazadas en los últimos diez años, sin considerar los que no se registran. Aunque “Pastoral Social y Codhes hablan de 3.662.842 personas desplazadas desde 1985, y el reporte del gobierno es el de 1.716.662 contando a partir de 1997” (Martha Inés Villa: Desplazamiento forzado en Colombia. El miedo: un eje transversal del éxodo y de la lucha por la ciudadanía, Cinep, 2006).
La población desterrada está en su mayoría compuesta por mujeres, niños, adultos mayores, afrodescendientes e indios. Se verifica un grave impacto que las mujeres viven en esta situación, a saber, la violación sexual, a pesar del silencio y el difícil registro de este delito, reconocido nacional e internacionalmente como crimen de guerra. Esto refleja una práctica sistemáticamente aplicada antes y durante la situación de destierro de la población por todos los actores del conflicto armado colombiano (militares, paramilitares, reinsertados y guerrillas). También la esclavitud sexual y la promoción de la prostitución es otro impacto que viven las mujeres como consecuencia del destierro, al llegar a la nueva zona receptora, donde no encuentran ningún apoyo institucional para ubicarse de forma digna.
El desterrado encuentra en la huida su última opción y emprende un viaje sin destino; su sola certeza es la incertidumbre, su única seguridad es la de estar vivo, aunque a veces dice que esa situación es equivalente a “estar muerto en vida”.
Publicado en Página 12, 15 de enero 2010