Reflexiones de Mario Miegge sobre Calvino y la economía de la sociedad del siglo XVI.
Max Weber, en su libro “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, publicado en 1905, toma en consideración como el capitalismo empresarial moderno se ha ido configurando en los puritanos ingleses (y luego americanos) a partir de la segunda mitad del siglo XVI.
El hombre de negocios inglés debe comportarse de manera racional, ejerciendo un fuerte control también sobre si mismo, como los ascetas o los monjes de “ora et labora”. Pero, siendo un protestante, su ascetismo es “intramundano” porque la Reforma ha revolucionado el concepto de “vocación”, aplicándolo también a los oficios más humildes. El trabajo en el mundo ya no es entendido como una condena sino como misión, un valor positivo.
Por lo tanto el ascetismo calvinista empuja al empresario protestante ala organización de su tiempo, a la sobriedad de la vida, al ahorro y de ahí a reinvertir sus ganancias, al desarrollo del capital. Hasta aquí nada que objetar, pero la continuación del razonamiento es más discutible.
El calvinista dice Weber- es inquieto, preocupado frente a la elección divina, una decisión inescrutable, oscura, de Dios que provoca en él una soledad interior. Se pregunta “¿cómo podré estar seguro de formar parte de los elegidos?” Hay un modo práctico y seguro para poder responder al interrogante, aquel que Weber llama “la ética de la prueba”: si tengo éxito en mi actividad en el mundo podré tener la confirmación de mi elección divina. Un predicador inglés a fines del 600 dice en efecto a un parroquiano suyo: “Si tus negocios van mal quiere decir que también tu alma va mal”. Esta idea se encuentra aquí y allá en las predicaciones y en los escritos del puritanismo anglosajón tardío, pero ciertamente no puede ser generalizada como una doctrina oficial.
¿Qué tiene que ver todo esto con Calvino?. Absolutamente nada. Calvino nunca escribió que la predestinación pueda hacerse visible en los resultados de la actividad económica. El aspecto de la soledad del creyente está totalmente ausente en él. Para Calvino la vocación se ejerce de la mutualidad de la interacción: los hombres interactúan entre ellos. En efecto, escribe: “Con plena pertinencia la vida de los fieles es comparable al comercio: ellos deben en efecto hacer intercambio y permutar los unos con los otros para sostener la compañía. La laboriosidad por medio de la cual cada uno ejecuta el propio encargo, y la vocación misma, la habilidad en la conducta y todos los demás dones son como mercancías, porque su uso y fin es que haya una comunicación recíproca entre los hombres. Y el fruto o ganancia, de los cuales habla Cristo (en la parábola de los talentos) es el provecho o el sobrante de toda la compañía de fieles en común, que da gloria a Dios”.
Calvino es el primer teólogo en justificar el préstamo a interés, asegurando así la movilidad del dinero. La tasa de interés del 5% es un hecho público fijado por las leyes de la ciudad. Para Calvino la iglesia es una compañía de fieles, un término laico que proviene de las tradiciones comunales (las compañías eran las reuniones de los artesanos con sus estatutos democráticos).
Para evitar la ingerencia del gobierno de la ciudad Calvino crea un organismo a propósito para el autogobierno de la iglesia de Ginebra, el Consistorio, formado por pastores y laicos. En un primer tiempo debe aceptar un compromiso: los miembros laicos son designados por los Consejos de la ciudad en base a una lista presentada por los pastores. Pero luego los miembros laicos serán elegidos directamente por las parroquias. Con este instituto del “Consistorio” Calvino reivindica una forma institucional de gobierno de la iglesia que no tiene un igual en ninguno de los demás cantones evangélicos y en las ciudades-Estado. El gobierno de la iglesia es distinto de aquél del Estado.
Luego de la secularización de los bienes eclesiásticos y de la supresión de los conventos, el Estado asumió muchas funciones que antes estaban confiadas ala iglesia. La instrucción está garantizada para todos, también para las mujeres; el gobierno toma a su cargo el cuidado de los pobres, de los enfermos, de los desamparados: nace así el Estado de Bienestar. Pero la asistencia no es dejada solamente al Estado. Para Calvino los ministerios de la iglesia son cuatro: pastores, doctores, ancianos y diáconos. Y la diaconía asume la tarea específica de ocuparse de los pobres y de los enfermos para integrar la obra del Estado en un espíritu de plena colaboración.
Calvino está por lo tanto en el mismo origen de un Estado social, un proyecto de sociedad que dbe ocuparse del cuidado de cada aspecto de la vida del pueblo, comprendidos los desamparados y los inmigrantes. Este es su aporte a la modernidad.
Tomado de RIFORMA, periódico de las Iglesias Evangélicas Bautistas , Metodistas y Valdenses de Italia.
08-01-2010, pág. 5.