Comunidad ecuménica Valdense y Reformada Suizo Francesa (adscripta al Sínodo Valdense).
lunes, 10 de enero de 2011
Epifanía del Señor- 6 de enero
Mateo 2, 1-12
Epifanía ( significa manifestaciones. Toda manifestación de Dios tiene que ser universal. Dios siempre se manifiesta a través de los seres creados, pero es para que todos los hombres descubran lo que son y lo vivan. Dios no puede tener ni privilegios ni exclusivismos.
No estamos celebrando la fecha de un acontecimiento. El día 6 de Enero se celebró la Natividad de Jesús en toda la Iglesia durante varios siglos. Más tarde en Occidente se comenzó a celebrar el 25 de Diciembre, para suplantar la fiesta pagana del sol. Es curioso que se nos diga ahora que las fiestas de Navidad se están paganizando. En Oriente se sigue celebrando la Navidad el día 6 de Enero. Al celebrarse en occidente la Natividad de Jesús el 25 de Diciembre, se reservó la fecha del 6 de Enero para celebrar las “Epifanías del Señor”. Durante mucho tiempo, se celebró, no sólo la adoración de los Magos, sino también, el Bautismo del Señor y las Bodas de Caná.
El relato de los magos que acabamos de leer es el mejor ejemplo de cómo no sirve para nada la exégesis si no se hace llegar al pueblo. La inmensa mayoría de los fieles sigue pensando en una historia real.
En realidad es una narración fantástica que ni siquiera es original del cristianismo. En otras muchas culturas se habla de estrella que anuncia el nacimiento de un gran hombre; de tiranos que persiguen a un niño que va a ser un salvador para su pueblo; de inocentes que mueren para salvar al escogido; de grandes personajes que rinden tributo al recién nacido, etc., etc. Todo con la única intención de hacer ver la extraordinaria grandeza de un personaje que después de demostrar su grandeza con sus hazañas, se quería demostrar que era ya sobrehumano desde el instante en que nació.
Dejemos bien claro, una vez más, desde el principio, que cuando nació Jesús no pasó absolutamente nada fuera de lo normal. Ni siquiera sabemos cuándo, ni sabemos dónde, ni sabemos cómo nació. Este pasaje de los magos, como todos los relatos de la infancia, es una historia muy bien tramada, que utiliza elementos de las culturas circundantes para trasmitir una teología ya muy elaborada sobre Jesús.
Todo el relato se desarrolla en un lenguaje específicamente mateano. Se trata de dejar claro que los de cerca rechazan de plano a Jesús por lo que significa, y los de lejos lo buscan y lo aceptan como lo que es. Esta visión sería impensable sin la experiencia de su pasión y muerte, provocada por el rechazo de las autoridades judías y por el miedo de Roma a todo lo que oliera a rebelión.
A través de los siglos se ha ido adornando el relato con afirmaciones que no están en el texto, pero que hoy todo el mundo cree a pies juntillas. Ni dice que eran tres. Mucho menos sus nombres. Ni dice que eran reyes. Ni ‘mago’ tiene, para nada, el significado que hoy damos a la palabra mago. En su origen el término significaba un miembro de la casta sacerdotal persa. Más tarde designó a otros representantes de la teología, de la filosofía y de la astronomía. Según el texto, los ‘magos’ son unos paganos que orientados por signos extraordinarios que solo ellos saben interpretar, llegan a descubrir a Jesús.
Mateo nos está advirtiendo de la llamada de todos los hombres a creer en Cristo.
Los intentos que se han hecho a través de la historia de explicar la posibilidad de un fenómeno celeste que explicara la estrella, no merecen mayor comentario. Ni cometa ni estrella, ni conjunción de astros. El intento de encontrar explicación científica al fenómeno, es olvidarse de que es un relato simbólico. Pero es que, si se encontrara explicación científica, quedaría anulada la intervención de Dios que es lo que se intenta poner de manifiesto. Una estrella no puede pararse ‘encima de donde estaba el niño’.
Pero desde el punto de vista teológico, sí es relevante que el signo de la presencia de Dios se detenga en el lugar donde se encuentra Jesús: nos está recordando que al que busca de verdad, Dios lo guía y terminará encontrando lo que busca con ahínco.
También queda la historia fuera de toda lógica, cuando nos dice que se sobresaltó toda Jerusalén con Herodes. Herodes era odiado por todos los judíos. El anuncio de un rey distinto, sólo podía provocar alegría entre los habitantes de Jerusalén. Pero Mateo está pensando en la Jerusalén que dio muerte a Jesús. Para Mateo el rechazo de los judíos no es cosa del último momento, sino constante y anterior a cualquier manifestación de Jesús.
Se trata de marcar la diferencia entre los magos y el Niño Rey por una parte, y los letrados y Herodes por otra. A pesar de la estrategia de Herodes para deshacerse del Niño, Dios está allí para salvarlo.
Tanto la intervención de Dios por medio de la estrella y de los sueños, como la derrota de Herodes a pesar de su maldad, están hablando de la experiencia de la comunidad de Mateo. A pesar de todas las dificultades con los judíos y con los paganos, están convencidos de que Dios está con ellos y les conducirá a la victoria.
Si analizamos en profundidad nuestra actitud ante el Niño, resulta que el miedo de Herodes y de los jefes judíos, es también nuestro miedo. El reinado de Dios es una amenaza para nuestro egoísmo. Cuántas veces en nuestra vida hemos dicho: esto no lo creo, cuando queríamos decir: esto no me gusta. Estaríamos dispuestos a adorar a un Dios que potenciara nuestras seguridades y nuestro poder. Un Dios que reine sin hacernos reinar a nosotros, no nos interesa.
Como los magos salen de su tierra para buscar, nosotros tenemos que salir de nuestro “ego”, de nuestras seguridades terrenas para buscar. Sin esa actitud, aunque haya nacido el Niño, aunque aparezca la estrella, el encuentro no se producirá.
Los letrados lo saben todo sobre el Mesías, pero, instalados en sus privilegios religiosos y sociales, no mueven un dedo para comprobar. Están muy a gusto con lo que tienen. Se quedan con su conocimiento y sus libros.
El mensaje de este relato puede advertirnos a nosotros que el amor a la verdad crea nómadas, no instalados satisfechos. Cuantas veces, los cristianos nos hemos conformado con marcar a los demás la dirección sin mover un dedo para acompañarles. Esta diferente actitud de los magos, nos tiene que hacer pensar. Los paganos adoran al Niño, los judíos intentan matarlo. Los paganos reconocen la Niño, los judíos no lo reconocen. Son tesis propias del evangelio de Mateo.
El hecho de que en un momento determinado, los magos pregunten a Herodes y éste pregunte a su vez a los que conocen las Escrituras es muy interesante. Las Escrituras pueden servir de pauta, pueden indicarnos el camino a seguir cuando atravesamos lugares o tiempos sin estrella. Pero el valor de la Escritura depende de la actitud del que las estudia. A la Biblia hay que acercarse sin prejuicios; no para buscar argumentos a favor de lo que ya creemos, sino abiertos a lo que nos va a decir aunque sea distinto a lo que yo espero.
Ante millones de estrellas que brillan en el firmamento, los magos descubren la de Jesús. Ante las miles de estrellas que llaman la atención en nuestro mundo, nosotros tenemos que descubrir la de Cristo. Si no estamos atentos, nos equivocaremos y elegiremos la que no es.
Todo hombre tiene la obligación de dejarse iluminar por su estrella, pero también de ser guía para los demás. No se trata de “convertir” a nadie. Nuestra obligación es hacer ver a los demás la bondad de Dios, manifestando con nuestra vida su cercanía. Hacemos presente lo que es Dios, siempre que salimos de nosotros mismos y vamos en ayuda de los demás.
No debemos presentarnos como poseedores de la verdad, sino como compañeros en la búsqueda. El verdadero creyente será siempre un buscador de la verdad, no un guardián. Fijaros lo que tiene que cambiar la actitud de los cristianos, sobre todo de sus dirigentes.
Esta celebración nos tiene que lanzar más allá de los raquíticos planteamientos de una iglesia, “fuera de la cual no hay salvación”. Dios se manifiesta a todos los pueblos de todas las épocas. Todos los hombres están a la misma distancia de Dios. En el momento que nos sentimos privilegiados o detentadores de la verdad, hemos hecho polvo el mensaje de esta fiesta.
Todos recibimos todo de Dios y todos tenemos la obligación de aprender de los demás y enseñar a los demás. Todos tenemos la obligación de encender una luz, en lugar de maldecir de las tinieblas. No podemos seguir mirándonos al ombligo con autocomplacencia sin límites.
El reino de Dios es algo mucho más extenso que los contornos, siempre limitados, de una Iglesia. El amor, la entrega, la capacidad de salir de sí e ir al otro, son posibilidades universales y abarcan a todos los hombres. Esto no quiere decir que todos los hombres tengan que pertenecer a la misma institución, y menos aún a la misma cultura. Lo que celebramos hoy es la apertura de Dios a todos los hombres, no el sometimiento de todos a la disciplina de una Iglesia.
Allí donde haya un hombre que crece en humanidad, amando a los demás, allí se está manifestando Cristo. Hoy no podemos entender la apertura a los gentiles como propuesta para que se conviertan a nuestra religión porque sea la única verdadera. Lo importante es potenciar lo que hay de cristiano en cada hombre, aunque no conozca a Jesús.