Lucas 2:22-40. El Niño Jesús con Simeón y Ana.
Tres generaciones se hacen presente en el relato de Lucas 2:22-40: un bebé, dos ancianos y la pareja de María y José. El espectro total de la vida humana individual queda abarcado en la presentación de Jesús en el templo de Jerusalén. Pero la historia de Israel también está señalada allí: tanto la larguísima experiencia del Israel del A.T. como la nueva historia que comienza con Jesús, la de la Iglesia. Para atrás y para adelante miran Simeón y Ana, y dan gracias a Dios porque «han visto la salvación», la liberación para todos los pueblos, la luz de vida para Israel y los demás países, hecha persona humana en Jesús.
Así como el relato de Navidad de Mateo, referido a los sabios de Oriente que visitan al niño Jesús (Mt.2:1-12), tiene su cuota de universalidad o internacionalidad, el encuentro de la familia de Jesús con los ancianos en el templo de Jerusalén también tiene su sello internacional, aunque la escena se ubique en el corazón de Israel, la ciudad capital, y en el corazón de Jerusalén, el templo. De Israel sale el liberador para todos los pueblos, enviado por Dios para alumbrar al mundo.
Desde su nacimiento, Jesús es señalado como Hijo del Altísimo (Lc.1:32), Hijo de Dios (Lc.1:35), Salvador, Cristo, el Señor (Lc.2:11), Luz, Revelación a los gentiles y Gloria para Israel (Lc.2:32). Pero también es cierto que el Jesús adulto será un signo de contradicción pues no todos aceptarán seguirlo (Lc.2:34-35). El ministerio del Jesús adulto es anticipado, en el relato bíblico, por la presentación del bebé en el templo.
La perspectiva de los ancianos Simeón y Ana es de gozo y esperanza, porque encon-traron en Jesús la confirmación de las promesas de los profetas y de sus propias expectativas. Estos ancianos ya no pretenden nada más para sí mismos: sus vidas estaban realizadas, por así decirlo, pero no quieren ser egoístas, se alegran porque han reconocido que en Jesús está el verdadero futuro de Israel y del mundo en general. Ana actúa de evangelista al hablar del niño Jesús a los asistentes al templo; Simeón, por su lado, actúa de consejero pastoral al hablarle a María y prepararla para lo que vendrá.
Simeón y Ana son dos referentes en torno al nacimiento de Jesús, inmediatamente después de este acontecimiento, así como Zacarías y Elisabet lo son antes del mismo (Lc.1). Para Zacarías y Elisabet se cumple un milagro totalmente inesperado al producirse el nacimiento de Juan, su hijo, el futuro Bautista (o bautizador). Y Simeón y Ana también son protagonistas del milagro de encontrarse personalmente con el Mesías Jesús. Zacarías cumple el rito sacerdotal en el Templo cuando tiene la revelación de Dios, y Simeón y Ana también están en el Templo cuando aparecen José, María y Jesús. Elisabet no podía tener hijos y de Ana no se informa que tuviera hijos/as. Elisabet tuvo la visita de María, embarazada de Jesús, y la propia Elisabet estaba embarazada (Lc.1). Ana, muy anciana ya, aunque no queda embarazada como Elisabet, que era estéril (Lc.1:7), sí tiene el gozo de conocer al niño Jesús y hablar de él a la gente que acudía al Templo en Jerusalén. Zacarías, Elisabet y su hijo Juan, son protagonistas en el tiempo previo del nacimiento de Jesús. Simeón y Ana, así como los pastores de Belén, son protagonistas en el tiempo mismo del nacimiento y pocos días después.
María y José cumplen con las prácticas religiosas de su pueblo:
«Cumplidos los ocho días para circuncidar al niño… cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos conforme a la Ley de Moisés, lo trajeron a Jerusalén para presentarlo al Señor… y para ofrecer conforme a lo que se dice en la Ley del Señor: «un par de tórtolas o dos palominos»» (Lc.2:21-24).
La religión está representada, arquitectó-nicamente, por el imponente templo de Jerusalén. Simeón era un hombre piadoso y justo, que esperaba la consolación de Israel, es decir, anhelaba que Dios trajera el nuevo tiempo de justicia y paz que había sido prometido por los profetas; ese tiempo estaba vinculado, de forma muy especial, con la esperanza en la venida del Mesías. Simeón bendice al niño Jesús, agradece de corazón a Dios y aconseja a María. Ana era una profetisa, una persona con la sensibilidad espiritual muy desa-rrollada. Había quedado viuda y al menos tenía 84 años (se discute su edad exacta). Vivía prácticamente en el templo, orando y ayunando. También ella es testigo de Jesús y no puede dejar de hablar de la esperanza que Jesús trae para su pueblo.
Simeón y Ana representan la generación que se va; María y José: la generación intermedia que permanece y debe obrar como una bisagra de la historia entre las anteriores y las posteriores. El bebé Jesús representa la nueva generación. Pero Jesús simboliza, además, en la concepción del evangelista Lucas, el centro de la historia: antes está el Israel del Antiguo Testamento; después de Jesús viene la Iglesia, a partir de sus discípulos y discípulas; y al medio de ambos períodos está la persona histórica de Jesús.
Entre nuestros seres queridos, amigos, vecinos y miembros de iglesia, también contamos con distintas generaciones y tiempos históricos que han marcado, de manera distinta, la vida de cada persona. Las generaciones se suceden, el tiempo no deja de transcurrir; las instituciones también cambian, incluida la Iglesia, pero el Espíritu de Cristo continúa impulsando nuestra fe y nuestro compromiso. Es como si Cristo estuviera, en persona, en el centro de nuestra vida. También cada uno de nosotros tiene una historia personal y también un futuro. Que el Espíritu de Cristo toque cada tramo de nuestra existencia y nos colme de bendición y paz.
Álvaro Michelin Salomon