jueves, 21 de noviembre de 2013

Recordando a Edith Gröning de Bognar




Recordando a Edith:

El 23 de octubre en Buenos Aires, se apagó la vida de quien fuera un referente insoslayable en la vida de esta comunidad: Edith Gröning de Bognar.
Es difícil expresar lo que Edith significó para todos nosotros, su activa presencia abarcó muchas décadas, muchas situaciones, muchas personas y pudo llevar adelante esta actividad gracias a su gran responsabilidad y su profunda fe. Pensamos que éstas líneas tomadas de testimonios recibidos entre muchos otros (que no podemos editar por falta de espacio)  expresan el sentir de nuestra comunidad a través del recuerdo que nos ha dejado su generosidad y su coherencia de vida.
Testimonios:

«Hoy leí una frase que dice que la diferencia entre lo ordinario y lo extraordinario, es ese pequeño «extra»..y eso define para mí, la vida de una gran mujer que nos dejó: Edith Gröning-Bognar.
Ella hizo que cada pequeño acto fuera extraordinario: en su vida, en sus afectos, en su familia, en la comunidad de fe-IERBA que ayudó a formar, en el Teatro Colón (al que dedicó una enorme parte de su vida)...No era facil seguirle el tranco, ya que su andar imponía una exigencia tremenda...
Una mujer apasionada por la vida, por todo lo que evocara desafíos. Que no sabía lo que era la palabra «imposible»....iba detrás de lo que creía necesario, y lo lograba! y si no lo lograba, encontraba el modo de transformar el resultado «negativo», en algo bueno. Representante cabal de toda una generación de inmigrantes protestantes que supieron hacer de esta tierra, su tierra, con compromiso, pasión, responsabilidad y amor. El «deber ser» los ató siempre, pero supieron hacer de esas ataduras, libertad de crear.
Como toda apasionada, cuando llegó el tiempo en que no podía seguir moviendo su mundo, le costó encontrar el nuevo espacio, y así fue apagándose, lentamente, casi como una paradoja de lo que fue su vida, intensa.
Ahora descansa al fin, en ese descanso que ella esperaba hace años, como me lo dijo la última vez que hablamos. Se fue, pero sus obras siguen aquí, y seguirán en su hijo, su hija, sus nietas y nietos y en cada persona que la evoque cuando escuche buena música, cuando piense en una tarea bien cumplida (a lo Edith), cuando recorra la historia del mundo protestante francés en Buenos Aires, cuando....»
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«... Mi Biblia tiene dentro de sus páginas una lista de nombres invisible a los ojos. Se trata de un puñado muy reducido de gente entre los cuales el nombre de Edith ocupa uno de los primeros lugares.
Jamás sabré en cuantas de esas páginas invisibles dentro de otras tantas Biblias figura también el nombre de Edith, pero se que las hay y se que son muchas. Dicen que uno de los orgullos mas grande de un maestro es ver que sus discípulos lo superan, ojalá Dios nos de la fuerza y la sabiduría, pero va a ser muy difícil poder darle ese orgullo a Edith.»
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Fue la persona que me dio la bienvenida en mi primer culto en Belgrano (cuando yo tenía 13 años y era la primera vez que entraba a una iglesia que no conocía y sin mi familia) un culto en el  que no entendí casi nada porque era en francés, apenas si pude acompañar algo en los himnos. Y ahí estaba esa señora tan alta y elegante, tan seria y amable al mismo tiempo, dándome la bienvenida y diciéndome que lo mejor era que fuera una hora más temprano, al culto en castellano.
Más adelante, cuando ya tenía 25 años, me invitó a participar del consistorio, donde tuvimos grandes encontronazos y desavenencias, pero ella sabía reencauzarnos y, con su mirada a largo plazo,  dirigirnos generalmente para donde ella quería.
Después, durante casi quince años, desaparecí del mapa y cuando regresé – con la frente marchita y el corazón desgajado—fue una verdadera alegría para mí reencontrarme con mi comunidad y sentir que me recibían como si ayer nomás me hubiera ido. Y otra vez Edith invitándome a participar, a involucrarme en la vida de la comunidad. En esos 6/8 años compartidos, tanto en la iglesia como en el Presbiterio, aprendí de ella a tener una mirada más humana, más comprensiva de nuestras fallas y deseos, a pesar de nuestros enfoques divergentes pero con una misma fe....

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Edith ha dejado en cada uno de nosotros y nosotras una huella imborrable producto de su testimonio de fe en el Señor de la Vida, su fe arraigada sólidamente en los fundamentos bíblico teológicos y en la doctrina reformada.
Su consagración en el Consistorio de IERBA se extendió con el mismo entusiasmo, en el Presbiterio y en el Sínodo de la Iglesia Valdense, a partir de la adhesión de IERBA a la organización de la Iglesia Evangélica Valdense rioplatense.
Recordamos su presencia firme, sus palabras precisas y comprometidas, su pulso respetuoso siempre dispuesto al diálogo fraterno.
Entre los múltiples dones puestos al servicio de Cristo y de su Iglesia, no olvidamos también su amor por la música, acompañada con el mismo don de su esposo Werner Bognar.

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Vivimos en un  tiempo de una gran diversidad religiosa, la cual se manifiesta también dentro del cristianismo en general y de las iglesias evangélicas en particular. Defender el espíritu de unidad en medio de la diversidad es una señal de buena salud espiritual y comunitaria. Y para que una iglesia pueda vivir y desarrollarse necesita del compromiso activo de sus miembros. No se trata de pedir a todos que se comprometan de la misma manera, haciendo lo mismo y disputando los puestos de responsabilidad. Se trata, sí, de poner a disposición lo mejor de cada uno para crecer juntos como comunidad de fe. Y Edith sabía mucho de todo esto, por eso estamos tan agradecidos a Dios por su vida y testimonio de fe.

«He peleado la buena batalla, he llegado al término de la carrera, me he mantenido fiel.
Ahora me espera la corona merecida que el Señor, el Juez justo, me dará en aquel día. Y no me la dará solamente a mí, sino también a todos los que con amor esperan su venida gloriosa»

Timoteo 4: 7-8