El 23 de octubre en Buenos Aires, se apagó la
vida de quien fuera un referente insoslayable en la vida de esta comunidad:
Edith Gröning de Bognar.
Es difícil expresar lo que Edith significó para
todos nosotros, su activa presencia abarcó muchas décadas, muchas situaciones,
muchas personas y pudo llevar adelante esta actividad gracias a su gran
responsabilidad y su profunda fe. Pensamos que éstas líneas tomadas de
testimonios recibidos entre muchos otros (que no podemos editar por falta de
espacio) expresan el sentir de nuestra
comunidad a través del recuerdo que nos ha dejado su generosidad y su
coherencia de vida.
Testimonios:
«Hoy leí una
frase que dice que la diferencia entre lo ordinario y lo extraordinario, es ese
pequeño «extra»..y eso define para mí, la vida de una gran mujer que nos dejó:
Edith Gröning-Bognar.
Ella hizo que
cada pequeño acto fuera extraordinario: en su vida, en sus afectos, en su
familia, en la comunidad de fe-IERBA que ayudó a formar, en el Teatro Colón (al
que dedicó una enorme parte de su vida)...No era facil seguirle el tranco, ya
que su andar imponía una exigencia tremenda...
Una mujer
apasionada por la vida, por todo lo que evocara desafíos. Que no sabía lo que
era la palabra «imposible»....iba detrás de lo que creía necesario, y lo
lograba! y si no lo lograba, encontraba el modo de transformar el resultado
«negativo», en algo bueno. Representante cabal de toda una generación de
inmigrantes protestantes que supieron hacer de esta tierra, su tierra, con
compromiso, pasión, responsabilidad y amor. El «deber ser» los ató siempre,
pero supieron hacer de esas ataduras, libertad de crear.
Como toda
apasionada, cuando llegó el tiempo en que no podía seguir moviendo su mundo, le
costó encontrar el nuevo espacio, y así fue apagándose, lentamente, casi como
una paradoja de lo que fue su vida, intensa.
Ahora descansa al
fin, en ese descanso que ella esperaba hace años, como me lo dijo la última vez
que hablamos. Se fue, pero sus obras siguen aquí, y seguirán en su hijo, su
hija, sus nietas y nietos y en cada persona que la evoque cuando escuche buena
música, cuando piense en una tarea bien cumplida (a lo Edith), cuando recorra
la historia del mundo protestante francés en Buenos Aires, cuando....»
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«... Mi Biblia
tiene dentro de sus páginas una lista de nombres invisible a los ojos. Se trata
de un puñado muy reducido de gente entre los cuales el nombre de Edith ocupa
uno de los primeros lugares.
Jamás sabré en
cuantas de esas páginas invisibles dentro de otras tantas Biblias figura
también el nombre de Edith, pero se que las hay y se que son muchas. Dicen que
uno de los orgullos mas grande de un maestro es ver que sus discípulos lo
superan, ojalá Dios nos de la fuerza y la sabiduría, pero va a ser muy difícil
poder darle ese orgullo a Edith.»
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Fue la persona
que me dio la bienvenida en mi primer culto en Belgrano (cuando yo tenía 13
años y era la primera vez que entraba a una iglesia que no conocía y sin mi
familia) un culto en el que no entendí
casi nada porque era en francés, apenas si pude acompañar algo en los himnos. Y
ahí estaba esa señora tan alta y elegante, tan seria y amable al mismo tiempo,
dándome la bienvenida y diciéndome que lo mejor era que fuera una hora más
temprano, al culto en castellano.
Más adelante,
cuando ya tenía 25 años, me invitó a participar del consistorio, donde tuvimos
grandes encontronazos y desavenencias, pero ella sabía reencauzarnos y, con su
mirada a largo plazo, dirigirnos
generalmente para donde ella quería.
Después, durante
casi quince años, desaparecí del mapa y cuando regresé – con la frente marchita
y el corazón desgajado—fue una verdadera alegría para mí reencontrarme con mi
comunidad y sentir que me recibían como si ayer nomás me hubiera ido. Y otra
vez Edith invitándome a participar, a involucrarme en la vida de la comunidad.
En esos 6/8 años compartidos, tanto en la iglesia como en el Presbiterio,
aprendí de ella a tener una mirada más humana, más comprensiva de nuestras fallas
y deseos, a pesar de nuestros enfoques divergentes pero con una misma fe....
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Edith ha dejado en cada uno de nosotros y nosotras una
huella imborrable producto de su testimonio de fe en el Señor de la Vida, su fe
arraigada sólidamente en los fundamentos bíblico teológicos y en la doctrina
reformada.
Su consagración en el Consistorio de IERBA se extendió
con el mismo entusiasmo, en el Presbiterio y en el Sínodo de la Iglesia
Valdense, a partir de la adhesión de IERBA a la organización de la Iglesia
Evangélica Valdense rioplatense.
Recordamos su presencia firme, sus palabras precisas y
comprometidas, su pulso respetuoso siempre dispuesto al diálogo fraterno.
Entre los múltiples dones puestos al servicio de
Cristo y de su Iglesia, no olvidamos también su amor por la música, acompañada
con el mismo don de su esposo Werner Bognar.
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Vivimos en
un tiempo de una gran diversidad
religiosa, la cual se manifiesta también dentro del cristianismo en general y
de las iglesias evangélicas en particular. Defender el espíritu de unidad en
medio de la diversidad es una señal de buena salud espiritual y comunitaria. Y
para que una iglesia pueda vivir y desarrollarse necesita del compromiso activo
de sus miembros. No se trata de pedir a todos que se comprometan de la misma
manera, haciendo lo mismo y disputando los puestos de responsabilidad. Se
trata, sí, de poner a disposición lo mejor de cada uno para crecer juntos como
comunidad de fe. Y Edith sabía mucho de todo esto, por eso estamos tan
agradecidos a Dios por su vida y testimonio de fe.
«He
peleado la buena batalla, he llegado al término de la carrera, me he mantenido
fiel.
Ahora
me espera la corona merecida que el Señor, el Juez justo, me dará en aquel día.
Y no me la dará solamente a mí, sino también a todos los que con amor esperan
su venida gloriosa»