Las señales de una Iglesia Viva
SEGÚN HECHOS 2:14-47
¿Qué es lo que hace que
una iglesia esté viva? ¿Hay señales que marcan la vitalidad de una comunidad de
fe? En Hechos 2:14-47 tenemos una de las
muchas respuestas que podemos encontrar en el Nuevo Testamento; dicho relato se
refiere a la iglesia primitiva en Jerusalén. Sintetizamos algunas definiciones
así:
La predicación apostólica sobre el Espíritu Santo: el mensaje del apóstol Pedro en este caso, con referencia al Espíritu Santo en una profecía de Joel, profecía que se hace realidad en
La predicación sobre el ministerio de Cristo a favor del mundo, también del apóstol Pedro y con argumentaciones basadas en varios
salmos y la alusión al rey David.
La solicitud a los apóstoles del asesoramiento pastoral: ante la predicación muchas personas quedaron tristes y se sintieron
profundamente pecadoras, por eso necesitaban de un seguimiento pastoral que las
sacara del pozo de la baja auto-estima.
El llamado apostólico al arrepentimiento y al Bautismo: el arrepentimiento por los pecados personales no tiene por qué terminar
en un callejón sin salida ni en la desesperación; puede ser el comienzo de algo
nuevo y fundamental: la vida de quien sigue a Cristo. Para ello existe un rito
externo que implica la fe personal: el Bautismo. El Bautismo con agua debe ir
de la mano del Bautismo del Espíritu Santo, esto es, de la fuerte comunión con
Dios.
El Bautismo de muchas personas y la incorporación a la Iglesia : Dios llama a todos y algunos responden a su llamado; Dios llama
generación tras generación, y quienes se integran a la Iglesia tienen mucho para
decir y para hacer. Hay iglesias multitudinarias; otras son pequeñas; pero en
cada comunidad de fe se puede experimentar el poder y la presencia de Dios.
El estudio de la vida y el ministerio de Cristo: los apóstoles fueron los comunicadores de lo que Jesús dijo e hizo;
quien quiere aprender de Cristo hoy tiene que leer la Biblia y sumarse a las
actividades de la Iglesia
que promueven la reflexión cristiana con contenido bíblico.
La perseverancia en la comunión fraternal:
muchos estuvieron juntos compartiendo las manifestaciones del Espíritu Santo
(Hechos 2:1-13, la primera parte del relato de Pentecostés); también lo
estuvieron al escuchar la predicación de Pedro y en las respuestas personales y
grupales a dicha predicación; ahora deberán seguir caminando juntos. Una
iglesia sin comunión fraternal, sin amistad sincera, está enferma.
La participación en la
Santa Cena : así como el
Bautismo es una etapa en la vida cristiana, un momento puntual muy
significativo, la Santa
Cena es un momento litúrgico que se repite para tener memoria
permanente de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. El Bautismo requiere
agua; la Santa Cena :
pan y vino. Ambos actos son señales de Cristo en la vida de la Iglesia.
La necesidad de compartir las oraciones: la
oración personal es el encuentro íntimo del creyente con Dios; y la oración en
las celebraciones es el encuentro público de la Iglesia con Dios. Ambas
formas son canales indispensables del Espíritu Santo.
El crecimiento del testimonio de los apóstoles en la sociedad: la Iglesia fue creciendo gracias a la
predicación, a los actos de sanidad, al compartir con el pueblo, al ser
testigos del Señor que realizó su ministerio entre la gente.
El compartir la vida de la
Iglesia , llevando bienes materiales para suplir las necesidades
de los prójimos en necesidad: había muchos
pobres entre los seguidores/as de Jesús;
había varones y mujeres, incluyendo a los propios doce discípulos, que
habían venido desde Galilea con Jesús; y en Jerusalén debían subsistir como
podían. Como comunidad de fe necesitaron compartir lo poco o lo mucho que,
ellos y los que se incorporaban a la
Iglesia , podían aportar.
La perseverancia en la asistencia al culto en el templo: el Templo de Jerusalén fue el templo de los primeros cristianos de esa
ciudad; en muchos lugares las sinagogas también servirán de templos durante las
primeras décadas del cristianismo.
La vida en común también en las casas particulares, visitándose
mutuamente para alegrarse en comunidad y con sencillez de corazón: existían casas donde se efectuaban celebraciones cristianas; todo muy
doméstico pero a la vez muy vivencial. Era un cristianismo cotidiano.
La alabanza a Dios permanente: quienes
escuchaban las predicaciones, compartían bienes y comidas, celebraban cultos y
forjaban estrecha amistad entre sí, teniendo memoria de Cristo en la Santa Cena y en otros
momentos, podían dar gracias a Dios de corazón. La alabanza era una forma de
vida.
El testimonio de la
Iglesia en medio del pueblo: lo
que se vivía dentro de la vida de la Iglesia trascendía hacia fuera de alguna manera. No se puede
ocultar un gran gozo comunitario; no hay por qué negar una experiencia que cambia
la vida para bien; si hay sentido para vivir y reunirse, y para esperar juntos
en el Dios que resucitó a Jesús, también muchas otras personas podrán estar
interesadas en participar.
El crecimiento de la
Iglesia por aquellas personas que se sintieron tocadas por
ese testimonio: no se trató de un crecimiento forzado
sino como consecuencia lógica de las formas
de ser Iglesia que hemos sintetizado.
¿No le parece que es
para tener en cuenta?
Álvaro Michelin Salomon