1) «Yo vivo en un pueblo chico en el Egipto
de hoy, y me las arreglo con lo poco que tengo.
En el pueblo las mujeres hacemos muchas cosas para alimentar a la
familia. Trabajamos la tierra, alimentamos a los animales, hacemos queso y
yogur y cocinamos los grandes panes chatos. Hace poco que aprendí a leer. Mis
vecinas van casi todas a la mezquita, los viernes. En mi pueblo no hay iglesia,
por eso, los domingos, voy a la iglesia en la ciudad, con mi familia. Damos
gracias a Dios y le alabamos por el Nilo y sus lagos. Este río que viene de
África Central riega nuestros campos, calma nuestra sed y nos provee de
cantidades de pescado que podemos comer. Es el segundo más largo de los ríos
del mundo y nos une con pueblos de otros países y diferentes culturas. Y sus
aguas que corren simbolizan el agua de vida que Jesús nos ofrece a todos».
2) «El agua es esencial para la vida. Una fuente o un manantial son la
reserva de agua que se necesita para vivir en el desierto. Aprendí que en
hebreo la palabra para decir «fuente» es igual a la palabra para decir «ver».
Me imagino que yo estoy sentada al lado del pozo, mirando hacia abajo. El agua
es como un espejo. Me veo a mí misma, pero además, mirando más de cerca, veo
todo el mundo, veo que se forman corrientes de agua en el desierto. Veo a Jesús
que ofrece su agua viva y veo a los jóvenes y las mujeres que van y ofrecen
esta agua viva a todas las personas que encuentran. Puedo ver que Dios transforma
los desiertos de desolación, desesperación y destrucción en corrientes de agua
de amor y de vida.»