«Los días que reinó David sobre Israel fueron cuarenta años; siete años
reinó en Hebrón, y treinta y tres los reinó en Jerusalén»
«Y se sentó Salomón en el trono de David su padre, y su reino fue firme
en gran manera».
David está dotado de un talento tan versátil que resulta difícil
establecer cuál de ellas merece mayor admiración. También sería difícil
encontrar sobre la tierra, en los últimos siglos, una personalidad igualmente
genial y de la misma estatura de David.
¿Dónde hay un hombre digno de ser reconocido como estratega, formador de un
Estado, poeta y músico al mismo tiempo?
Sólo por su obra poética podría ser hoy merecedor de un premio Nobel, ya
que era, como los trovadores del Medioevo, al mismo tiempo poeta, compositor y
músico. No es por casualidad que otro pueblo se dedicara tanto a la música
como los habitantes de Canaán.
Entre el bagaje indispensable que el grupo de patriarcas llevó consigo
en su peregrinación en Egipto figuraban
los instrumentos musicales, particularmente la lira de 8 cuerdas. Los salmos de
David, 6 y 12 están precedidos por
la nota, para cantar sobre 8 cuerdas. De
Canaán la lira se extendió a Egipto y a Grecia. En el Nuevo Reino de Egipto
(1580-1085 a.c) series enteras de inscripciones y relieves tienen por objeto
los músicos y los instrumentos de Canaán, que fue fuente inextinguible de
ejecutantes entre los cuales eran elegidos músicos solistas y orquestas para
entretener a los soberanos del Nilo, del Eufrates y del Tigris.
De la más profunda desesperación, e incómoda situación, bajo el yugo de
los filisteos, Israel se levanta en pocos decenios hasta alcanzar potencia,
prestigio y grandeza. Artífice exclusivo de este ascenso es el poeta y salmista
David. De armígero de Saúl, todavía desconocido, se transforma en condotiero y
adquiere fama de temido francotirador contra los filisteos, quien ya anciano se
sienta sobre el trono de un pueblo convertido en gran potencia.
Dos siglos antes fue la conquista de Canaán bajo Josué y también ahora
la obra de David fue favorecida por circunstancias externas. Al final del
último milenio a.C. no existía ni en la Mesopotamia ni en el Asia Menor, Siria
o Egipto, un estado que pudiese
obstaculizar una expansión proveniente del reino de Canaán.
Desde que Ramsés XI, murió en 1085 a.C. -último «ramsésido»- Egipto cayó
bajo las manos ávidas de potencias de una casta sacerdotal que, desde Tebas,
dominaba el país. Inmensas riquezas habían pasado a posesión de los templos.
Desde el punto de vista de la política externa de Egipto bajo el dominio
de los sacerdotes, se admite que el país era muy poco considerado y hasta
menospreciado por sus vecinos, si nos atenemos a lo expresado documentalmente
por un embajador hacia el año 1080 a.C, que había sido enviado a Fenicia para
adquirir madera de cedro y que fue tratado casi como un mendigo; también robado, encarnecido y hasta casi matado. Pero
indudablemente esta situación nunca se dio con David, ya que él se expandió
hacia el sur y conquistó el reino de Edom que, en tiempos pasados no había
permitido a Moisés pasar por el camino de los reyes (Nm.20: 18). Con esto David
adquirió un importante territorio económicamente muy rico en
hierro y cobre, teniendo en cuenta que los filisteos tenían el monopolio
del hierro.
Al sur de Edom terminaba también la más importante ruta de caravanas
provenientes de Arabia meridional, la famosa ruta del «incienso». Llegando
hasta las costas del golfo de Akaba, quedaba abierta la vía marítima a través
del Mar Rojo hasta las lejanas costas de Arabia meridional y de Africa oriental.
Pero así como David avanzó hacia el sur, también lo hizo hacia el norte.
En las vastas llanuras al pie del monte Hermón y en los fértiles valles delante
del antilíbano se habían establecido tribus árabes del desierto pertenecientes
a un pueblo destinado a ejercer una parte importante en la vida de Israel: los
arameos; que habían fundado varias ciudades y reinos pequeños hasta el río Jarmuk,
al sur del lago de Genezaret en la Jordania oriental.
Hacia el 1000 a.C, este pueblo de arameos se estaba preparando para
avanzar hacia oriente, en dirección a la Mesopotamia, en donde se pone en
contacto con el pueblo asirio, que en los siglos sucesivos se convierte en la
potencia soberana del antiguo Oriente. Después de la caída de Babilonia, los
asirios habían sometido al país de los dos ríos hasta el curso superior del
Eufrates. Los textos cuneiformes de aquella época se refieren a un peligro que
amenazaba la Asiria desde el occidente: los ataques de los arameos, siempre mas
violentos. Es en esta situación que David avanza desde la Jordania oriental
hacia el norte, con lo cual su dominio llega hasta el Eufrates, para terminar
batiendo al rey de los arameos cuando éste estaba por conquistar los
territorios asirios a lo largo de ese rio.
Sin imaginarlo, David prestó ayuda armada a los asirios que más tarde
destruirían el reino de Israel. De la conquista y de la reconstrucción del
reino bajo David, las excavaciones han exhumado muchos testimonios y trazas,
entre otros, las evidencias que dejaron los incendios destructivos de las
ciudades de la llanura de Jezrael. En esta zona de luchas sin cuartel salieron
a la luz templos destruidos, altos estratos de cenizas sobre muros abatidos,
utensilios de culto y cerámicas de los filisteos. La ciudad en la cual se había
cumplido la ignominiosa muerte del primer rey de Israel, recibió, como venganza
por parte de David, un golpe tan tremendo que no logró recobrarse por un largo
período.
Continuará en El Mensajero 267, mayo/junio.
Traducido y adaptado por el editor.