30 Él
es de quien yo dije: «Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque
era primero que yo.»
31 Yo
no lo conocía; pero vine bautizando con agua para esto: para que él fuera
manifestado a Israel.»
32 Juan
también dio testimonio y dijo: «Vi al Espíritu descender del cielo como paloma,
y permanecer sobre él.
33 Yo
no lo conocía; pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: «Aquél sobre
quien veas que el Espíritu desciende, y que permanece sobre él, es el que
bautiza con el Espíritu Santo.»
Juan el Bautista y Jesús.
Los primeros
discípulos
35 Al
día siguiente, Juan estaba de nuevo allí con dos de sus discípulos.
36 Al ver a Jesús, que
andaba por allí, dijo: «Éste es el Cordero de Dios.»
37 Los dos discípulos lo
oyeron hablar, y siguieron a Jesús.
38 Jesús se volvió y, al
ver que lo seguían, les dijo: «¿Qué buscan?» Ellos le dijeron: «Rabí (que traducido
significa «Maestro»), ¿dónde vives?»
39 Les dijo: «Vengan y
vean.» Ellos fueron, y vieron donde vivía, y se quedaron con él aquel día, porque
ya eran como las cuatro de la tarde.
40 Andrés, el hermano de
Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a
Jesús.
41 Éste halló primero a
Simón, su hermano, y le dijo: «Hemos hallado al Mesías (que traducido significa
«el Cristo»).»
42 Entonces lo llevó a
Jesús, quien al verlo dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Jonás; tú serás llamado
Cefas [a] (que quiere decir, Pedro[b]).»
[a] Juan
1:42 De la palabra piedra en arameo.
[b] Juan
1:42 De la palabra piedra en griego.
DOS MINISTERIOS PARA LA
VIDA DE ACUERDO AL REINO DE DIOS: UN PRECURSOR Y EL PROTAGONISTA PRINCIPAL
El relato se desarrolla
basándose especialmente sobre dos personas que marcan una nueva era para el mundo:
Juan el Bautista y Jesús. A Juan, Dios lo envió como testigo para que diera
testimonio de la luz… a fin de que todos
creyeran por medio de él: Jn.1:7-8. Juan no era la luz sino su testigo, es
decir, un instrumento útil en las manos de Dios. Jesús, que es el verbo-palabra
(«logos» en griego) que se hizo carne y habitó entre noso-tros, lleno de gracia
y de verdad (Jn.1:14), es la luz que debe alumbrar el mundo entero (Jn.1:9).
El capítulo 1 de Juan es
muy rico en contenido porque nos habla de las identidades de Juan el Bautista y
de Jesús. La identidad de cada uno/a, desde nuestro concepto cristiano, tiene
que ver con la misión que estamos llamados/as a cumplir en el tiempo y en el espacio
en los cuales Dios nos pone. En otros términos: vocación y dones puestos al
servicio del Reino de Dios. Lo importante, entonces, más que el nombre y la procedencia
familiar, es la vocación que hemos recibido de Dios.
Si miramos a estas
personas, Juan reconoce su lugar, su tarea y
vocación, de manera que ni siquiera se siente digno de bautizar a Jesús
(v. 27), debido a que Juan ya reconoce en Jesús al Mesías, el Enviado de Dios,
el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Jesús, por su parte, se
acerca a Juan, y Juan lo identifica, como ya hemos visto. Juan realiza una confesión de fe con respecto
a Jesús, diciendo que «Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo» (v. 29; ver también v. 36). Tener la capacidad de confesar la propia fe
es un acto de sanidad. Es reconocer que no puedo solo con mi vida, que no puedo
ni debo ser autosuficiente, que necesito de mis prójimos y necesito confiar en
Dios.
Juan el Bautista
representa, por un lado, a un buen educador/a, ya que se siente una voz que
habla en nombre de, y debe educar al pueblo… Oficia de puente entre Dios y el
pueblo. Orienta al pueblo para el encuentro con Jesús.
Por otro lado también Juan
representa el modelo del ministerio pastoral, ya que señala hacia Jesús, preparando
al pueblo para que crea en Él y lo acepte como el especial Enviado de Dios al
mundo.
Juan da testimonio de
Jesús, habla de Jesús, expresa su convicción de fe y proclama lo que entiende
sobre la persona de Jesús. De ese modo, Juan también representa a los
cristianos/as comprometidos/as que tienen la convicción, la valentía y la
decisión para compartir con otros aquello que creen.
LA PALABRA DE DIOS, EL
MINISTERIO DE JESÚS Y EL ENVÍO DEL ESPÍRITU
SANTO
Los grandes protagonistas
del relato en los vv.32-34 son Dios, Jesús y el Espíritu Santo. Juan pasa,
conscientemente, a un segundo plano. Reconoce que él es un instrumento en manos
de aquel que lo envió a bautizar, es decir, está al servicio de Dios, quien le
confió la misión en relación con Jesús y su Reino. El Espíritu es poder (como
un fuerte viento), vida (la dinámica de la Creación) y es presencia de Dios en
el mundo. La misión de Dios a través de Jesús, entonces, estará sellada por su
comunicación del Espíritu Santo, es decir, por la autoridad y el poder para
iluminar la vida de las personas, fortalecerlas y purificar-las. Eso pasará con
Andrés, Simón, Felipe, Natanael, Nicodemo y la mujer samaritana…
El teólogo Agustín de
Hipona dijo: «ni siquiera hubiéramos podido empezar a buscar a Dios, si Dios no
nos hubiera encontrado antes». Si facilitamos a otras personas el acercamiento
a Jesús y a su mensaje del Reino, el Espíritu Santo bautizará con poder de vida
nueva a quienes buscan a Jesús.
EL DISCIPULADO CRISTIANO:
ALGUNAS PREGUNTAS Y ANOTACIONES
1.- Juan ve a Jesús
viniendo hacia Él y comparte una confesión de fe. ¿Percibimos la presencia de
Cristo Jesús en nuestras vidas? ¿Encontramos algunas palabras para expresar lo
que creemos? ¿Compartimos con gozo la experiencia de estar acompañados por
Cristo?
2.- Juan se ubica
personalmente con respecto a la persona de Jesús, reconoce su lugar en el
mundo, pero también la vocación o el llamado de Dios para ejercer un ministerio
determinado (en su caso: el de predicar y bautizar). ¿Cómo nos ubicamos
personalmente frente a Cristo? ¿Cómo definiríamos nuestro lugar en el mundo?
¿Cuál ha sido el llamado de Dios que hemos recibido como parte del Pueblo de
Cristo, la iglesia?
3.- Juan dio testimonio de
la presencia del Espíritu de Dios en Jesús. Ello forma parte imprescindible del
mensaje cristiano, de nuestra predicación.
Anunciar que el Espíritu Santo está actuando es proclamar que Dios
habita en Jesús, y que la misión de Jesús viene marcada desde el principio como
la misión de Dios en el mundo y a favor del mundo. Esta misión lleva el sello
del amor puro, la misericordia y la solidaridad. Si creemos esto, nos involucramos
conscientemente en la misma misión de Dios que Jesús encarnó hasta lo último.
Seguir a Jesús es comprometernos en su misión y continuarla.
4.- Los dos discípulos de
Juan entablan un diálogo con Jesús y se quedan conversando con él durante un
buen rato, compartiendo varias horas de encuentro. Habían seguido a Jesús y Jesús les había
preguntado qué buscaban. Así empezó el vínculo personal con el Maestro. Sin la
inquietud por aprender de Jesús no podremos progresar en la vida cristiana. Sin
la oración que es nuestro diálogo con Dios, no podremos «vivir» o «habitar» en
el ámbito donde encontramos el permanente vínculo con nuestro Creador.
5.- Andrés encuentra a su
hermano Simón y le comunica: «hemos encontrado al Mesías». Y Andrés acerca a Simón hasta Jesús. Utiliza
la palabra y el gesto, la comunicación oral y el movimiento para que Simón también
pueda encon-trarse con Jesús, como Andrés ya lo había experimentado
previa-mente. Si tenemos una grata experiencia de nuestra fe en Cristo y de
nuestra participación en la iglesia, ¿cómo no compartir esta alegría con otras
personas?
Álvaro Michelin Salomon