Las tradiciones de los diferentes pueblos han contribuido con muchos de
los símbolos que rodean la celebración de la Navidad: el pino, las velas, los
regalos, el pan dulce, los pesebres: sería posible hacer un largo inventario,
porque con el correr del tiempo cada cultura ha querido hacer su aporte particular. Lo notable del
caso es que la mayor parte de los usos y costumbres de la Navidad no tienen
mayor fundamento en los relatos originales y se
originan más bien en adaptaciones más o menos disimuladas de prácticas
originadas en el paganismo anterior a la fe cristiana.
El fenómeno se da también a la inversa: elementos que, en los relatos
bíblicos juegan un papel importante, son
ignorados en las celebraciones contemporáneas. Uno de ellos es el de los
pañales. Según los evangelios, los pastores que pasaban la noche cuidando sus
ovejas en el campo, vieron la aparición de un ángel que les dijo: «No tengan miedo, porque les traigo
una buena noticia, que será motivo de alegría para todos: que es Cristo el
Señor. Y como señal, encontrarán al niño envuelto en pañales, acostado en un
establo». ¿Qué símbolo más adecuado de desvalimiento con que el Salvador vino
al mundo? Se hizo hombre tal como nosotros. Durante años, su vida dependió
-como la nuestra- del cuidado constante de los demás. Sin una madre, hubiera
muerto en pocos días. Sus necesidades más elementales tuvieron que ser provistas
por los demás. Se puso en nuestras manos por completo, así como años más tarde
se dejaría llevar al cadalso como una oveja al matadero, sin quejas ni rebeldías.
Los pañales de Jesús nos hablan de todo esto. Nos recuerdan que lo que
celebramos en la Navidad no es otra cosa que esa entrega completa de Dios en
manos de los hombres, sin limitaciones. Fue hombre en todo como nosotros, desde
el mismo comienzo. Y desde el mismo comienzo, su misión redentora necesitó del
consentimiento de otros. María aceptó ser madre sin estar casada. José aceptó
un hijo que no era suyo. Y de esas dos voluntades que se dejaron llevar por la
voluntad de Dios, nació un niño desvalido e
indefenso, cuya venida fue señalada por pañales. ¡El salvador del mundo
envuelto en pañales! Un villancico español muy antiguo lo recuerda cuando, con
esa naturalidad tan propia del español, canta: «María lava pañales...»
Roberto E. Ríos
Del libro ¿Vale la
pena amar?
Reflexiones sobre la
vida de todos los días