miércoles, 11 de septiembre de 2013


«No me avergüenzo del Evangelio, porque es poder de Dios
para la salvación de todo aquel que cree: en primer lugar, para los judíos, y también para los que no lo son.   Porque en el Evangelio se revela la justicia de Dios, que de principio a fin es por medio de la fe, tal como está escrito: ‘El justo por la fe vivirá’ [Habacuc 2:4]».
(Romanos 1:16-17 – Versión Reina-Valera Contemporánea).
 

Para el reformador Martín Lutero el estudio atento de la Carta a los Romanos del apóstol Pablo fue el re-descubrimiento del Evangelio de la gracia de Dios, de la centralidad de Cristo y de la necesidad de la fe personal.
En Rom.1:17 Pablo se sirve de un versículo del profeta Habacuc (Hab.2:4) para referirse a la justicia de Dios en la vida de la persona creyente, tenga el origen que tenga. Se vinculan los conceptos de justicia, vida y fe. Son inseparables para quien aspire a identificarse con Jesucristo.  Ya en el versículo anterior escribió el apóstol que el poder de Dios es salvación para quien cree, por eso no hay de qué avergonzarse. El mundo puede ser de una manera, pero la vida en Cristo nos une con Dios por la aceptación confiada de ese poder que no es nuestro, pero que viene a nosotros. No somos dueños de la salvación, pero viene a nosotros. No somos quienes debemos ponernos como jueces implacables de los demás, porque la justicia de Dios es aceptación de todos/as y misericordia para todos/as.
El Evangelio implica la comunicación personal («de fe en fe»). Así lo hizo Pablo y lo hicieron muchos cristianos y cristianas de todos los tiempos.  Esta clave evangelizadora de persona a persona no debe ni puede ser negada, sea cual fueren las diversas formas de comunicar el Evangelio que tengamos hoy en día. La dimensión personal de la fe que se recibe por gracia necesita, por la lógica del fortalecimiento comunitario,  la multiplicación de las dimensiones personales. Todo ello condice con la comprensión tanto de la justicia en Pablo (nunca la justicia propia o individualista es positiva para el apóstol), como de la vida que supera al pecado y la muerte (la dimensión de Cristo actuante en la iglesia que avanza en el mundo).
Es cierto que en el mundo existe discriminación; pero no debe ser así en la iglesia. Por naturaleza humana tendemos al orgullo desmedido, a la imposición de nuestros deseos y caprichos y a la justificación de todo lo que decimos y hacemos. Pero la vida en Cristo es capaz de liberarnos de nuestras opresiones, las visibles y las invisibles. El Evangelio es libertad, y la libertad nos orienta al futuro. Por eso lo que más importa es la clase de vida que estamos llamados a vivir, más que la que ya hemos vivido.
Álvaro Michelin Salomon