martes, 21 de abril de 2015

Cuando Israel fue un gran reino: De David a Salomón.

«Los días que reinó David sobre Israel fueron cuarenta años; siete años reinó en Hebrón, y treinta y tres los reinó en Jerusalén»
«Y se sentó Salomón en el trono de David su padre, y su reino fue firme en gran manera».

 
David está dotado de un talento tan versátil que resulta difícil establecer cuál de ellas merece mayor admiración. También sería difícil encontrar sobre la tierra, en los últimos siglos, una personalidad igualmente genial y de la  misma estatura de David. ¿Dónde hay un hombre digno de ser reconocido como estratega, formador de un Estado, poeta y músico al mismo tiempo?

Sólo por su obra poética podría ser hoy merecedor de un premio Nobel, ya que era, como los trovadores del Medioevo, al mismo tiempo poeta, compositor y músico. No es por casualidad que otro pueblo se dedicara tanto a la música como  los habitantes de Canaán.

Entre el bagaje indispensable que el grupo de patriarcas llevó consigo en su  peregrinación en Egipto figuraban los instrumentos musicales, particularmente la lira de 8 cuerdas. Los salmos de David, 6 y 12 están precedidos  por la  nota, para cantar sobre 8 cuerdas. De Canaán la lira se extendió a Egipto y a Grecia. En el Nuevo Reino de Egipto (1580-1085 a.c) series enteras de inscripciones y relieves tienen por objeto los músicos y los instrumentos de Canaán, que fue fuente inextinguible de ejecutantes entre los cuales eran elegidos músicos solistas y orquestas para entretener a los soberanos del Nilo, del Eufrates y del Tigris.

De la más profunda desesperación, e incómoda situación, bajo el yugo de los filisteos, Israel se levanta en pocos decenios hasta alcanzar potencia, prestigio y grandeza. Artífice exclusivo de este ascenso es el poeta y salmista David. De armígero de Saúl, todavía desconocido, se transforma en condotiero y adquiere fama de temido francotirador contra los filisteos, quien ya anciano se sienta sobre el trono de un pueblo convertido en gran potencia.

Dos siglos antes fue la conquista de Canaán bajo Josué y también ahora la obra de David fue favorecida por circunstancias externas. Al final del último milenio a.C. no existía ni en la Mesopotamia ni en el Asia Menor, Siria o Egipto, un estado que pudiese  obstaculizar una expansión proveniente del reino de Canaán.

Desde que Ramsés XI, murió en 1085 a.C. -último «ramsésido»- Egipto cayó bajo las manos ávidas de potencias de una casta sacerdotal que, desde Tebas, dominaba el país. Inmensas riquezas habían pasado a posesión de los templos.

Desde el punto de vista de la política externa de Egipto bajo el dominio de los sacerdotes, se admite que el país era muy poco considerado y hasta menospreciado por sus vecinos, si nos atenemos a lo expresado documentalmente por un embajador hacia el año 1080 a.C, que había sido enviado a Fenicia para adquirir madera de cedro y que fue tratado casi como un mendigo; también  robado, encarnecido y hasta casi matado. Pero indudablemente esta situación nunca se dio con David, ya que él se expandió hacia el sur y conquistó el reino de Edom que, en tiempos pasados no había permitido a Moisés pasar por el camino de los reyes (Nm.20: 18). Con esto David adquirió un importante territorio económicamente muy  rico en  hierro y cobre, teniendo en cuenta que los filisteos tenían el monopolio del hierro.

Al sur de Edom terminaba también la más importante ruta de caravanas provenientes de Arabia meridional, la famosa ruta del «incienso». Llegando hasta las costas del golfo de Akaba, quedaba abierta la vía marítima a través del Mar Rojo hasta las lejanas costas de Arabia meridional  y de Africa oriental.

Pero así como David avanzó hacia el sur, también lo hizo hacia el norte. En las vastas llanuras al pie del monte Hermón y en los fértiles valles delante del antilíbano se habían establecido tribus árabes del desierto pertenecientes a un pueblo destinado a ejercer una parte importante en la vida de Israel: los arameos; que habían fundado varias ciudades y reinos pequeños hasta el río Jarmuk, al sur del lago de Genezaret en la Jordania oriental.

Hacia el 1000 a.C, este pueblo de arameos se estaba preparando para avanzar hacia oriente, en dirección a la Mesopotamia, en donde se pone en contacto con el pueblo asirio, que en los siglos sucesivos se convierte en la potencia soberana del antiguo Oriente. Después de la caída de Babilonia, los asirios habían sometido al país de los dos ríos hasta el curso superior del Eufrates. Los textos cuneiformes de aquella época se refieren a un peligro que amenazaba la Asiria desde el occidente: los ataques de los arameos, siempre mas violentos. Es en esta situación que David avanza desde la Jordania oriental hacia el norte, con lo cual su dominio llega hasta el Eufrates, para terminar batiendo al rey de los arameos cuando éste estaba por conquistar los territorios asirios a lo largo de ese rio.

Sin imaginarlo, David prestó ayuda armada a los asirios que más tarde destruirían el reino de Israel. De la conquista y de la reconstrucción del reino bajo David, las excavaciones han exhumado muchos testimonios y trazas, entre otros, las evidencias que dejaron los incendios destructivos de las ciudades de la llanura de Jezrael. En esta zona de luchas sin cuartel salieron a la luz templos destruidos, altos estratos de cenizas sobre muros abatidos, utensilios de culto y cerámicas de los filisteos. La ciudad en la cual se había cumplido la ignominiosa muerte del primer rey de Israel, recibió, como venganza por parte de David, un golpe tan tremendo que no logró recobrarse por un largo período.

Continuará en El Mensajero 267, mayo/junio.

Traducido y adaptado por el editor.