sábado, 21 de febrero de 2009

Salmo para el Primer Domingo de Cuaresma

Lectura: Salmo 25 ó 25: 3-9

El Salmo 25 tiene la propiedad de ser una plegaria hecha a nombre del pueblo de Israel por el salmista, suplicando al Señor Dios que perdone los pasados pecados que ahora causan sentir de angustia, congoja, aflicción y miseria.

El autor de este salmo eleva ruegos a Dios a nombre del pueblo y pide a la Divinidad señalar el camino a tomar para conocer la verdad y obtener la salvación: “Encamíname en tu verdad y enséñame; porque tu eres el Dios de mi salvación”. (Salmo 25:4). El salmista clama al cielo para ser redimido y así no ser humillado ni avergonzado ante los enemigos.

La oración hace súplica para que el Señor Dios perdone los pecados del pasado, que él llama de la juventud, y enfatiza que se confía en las piedades y las misericordias del Señor que son perpetuas. Promete que guardará el pacto con Dios y observará buen testimonio que mantendrá al pueblo de Israel en la senda del amor y la fidelidad.

Este salmo fue inspirado, tal vez, en momentos en que Israel estaba en malas y sentía que el asedio de los enemigos incluía humillación que ellos tomaban como triunfo sobre los que se consideraban los hijos de Dios: “Dios mío, en ti confío; no sea yo humillado, no triunfen mis enemigos sobre mí”. (Salmo 25:1).

Para el autor, la angustia y el temor de sentir que los enemigos podrían humillar y avergonzar al pueblo se debe al resultado de los males y pecados que cometieron.

Al usar este salmo en nuestros días, debemos hacerlo pensando en el estado de descomposición de la sociedad, la falta de sentimientos por los más necesitados de nuestro pueblo y por tanto, estamos llamados a suplicar al Dios de misericordia que nos ponga en el camino de la verdad, nos haga enderezar la senda hacia la conmiseración y nos dé el auxilio continuo para hacer el bien.

Hoy debemos orar para que nos encaminemos por sendas de justicia, para que cesen las violencias, la falta de sensibilidad de corazón, a fin de que los que habitamos este terruño vivamos conformes a los mandatos de Dios, los principios del Evangelio, la fe de verdaderos fieles, la esperanza de los que confían y en el amor de Dios que sobrepasa todo entendimiento.