sábado, 18 de abril de 2009

Carta Abierta al Presidente Fernando Lugo

ALC NOTICIAS
Por Claudia Florentin

Estimado Presidente: me he quedado pensando en su confesión. Toda confesión es bienvenida. Pastoralmente hablando, libera, usted lo sabe. Nos alegramos con toda confesión y me alegra escuchar que ahora se hará cargo de lo que confesar conlleva.
Imagino que su corazón y su espíritu estarán más livianos…pequeña carga llevaba. Que Dios le ayude a vivir como padre, de verdad, y no solo para que lo reproduzcan los medios. Lo deseo por Guillermo, sobre todo.

Pero soy mujer, sabe, y no puedo dejar de pensar en Viviana.

A ella sí que su confesión le resultará tardía. Porque usted pudo ocultar durante dos años su paternidad, su “pecado”, pero ella no. ¿Cómo oculta una mujer el fruto de su “pecado”? a ella le toca, siempre, cargar con la responsabilidad de dos. Y para más peso, asumir la responsabilidad que el hombre no asume, aunque sea obispo.
Y si, me dice un amigo, no debe haber sido fácil para él: obispo, candidato a la presidencia…. ¡Más vale tarde que nunca!, dicen otros.

Yo no coincido. Discúlpeme usted, pero no puedo pensar que se calló por falta de coraje nada más. Creo que los que callan su responsabilidad lo hacen con conciencia, y en estos casos más, sabiendo que exponen a la mujer a la marginación, a la vergüenza (en pueblo chico, todo se sabe), a la soledad de una maternidad casi inconfesable.

Creo que usted se dejó impregnar por el machismo, ese mal que se pasea impunemente por este mundo.

El machismo se nutre de poder, un poder basado en esquemas desiguales. Y en su historia, esos esquemas están bien presentes.

Es más, hasta diría que, en otros casos, estaríamos sospechando un acto en las márgenes de la ley. Viviana confiesa una relación que comenzó cuando ella tenía 16 años. Y usted, 47, si no me equivoco. ¿Relación mutuamente consentida? Imposible, aunque la chiquilla haya dicho que sí. Porque a los 16 años una mujer es apenas una niña, pero básicamente porque la diferencia de lugar, de jerarquía, puso a esta niña en situación de clara desigualdad.

El sacerdote, el obispo, el pastor de las ovejas, el hombre, sí, establece su poder de dominación, de seducción, de poder, frente a la mujer apenas en ciernes; frente a la “ovejita” que debe ser cuidada.

La estructura de poder está bien definida. La niña- ya con una primer carencia afectiva viviendo de prestado en casa de una pariente o una empleadora-, enfrentada al macho fuerte, inteligente, protector, al hombre adulto, maduro, poderoso, ¿Por qué quien niega que un obispo tiene su cuota de poder y sabe usarla?

Me dicen, ¿por qué ella habla ahora? ¿Qué quiere? ¿Qué le dieron? No sé, no la conozco, ¡pero conozco tantas miles de realidades iguales! Mujeres, niñas, adolescentes, que un buen día se hartan de tanto dejarlas bajo el felpudo! “Le querrá hacer daño ahora que es presidente”, oigo por ahí. La verdad, si así fuera, creo que lo mejor hubiera sido declararlo hace dos años ¿se imagina?

Ahora se arregla rápido, el apellido y ya. ¡El apellido! Todo un tema, como que eso fuera a pagar las noches de insomnio, los dolores de parto, las angustias a fin de mes, los momentos de fiebre y nanas frente a la cama del niño amado. Nada lo retribuye, y las mujeres, ¿sabe? también sabemos de hartazgos, cansancios y aburrimientos. El mito de la madre abnegada que todo es capaz de soportarlo por amor, es también un mito sostenido por el sistema de poder patriarcal. No somos madres, somos mujeres, ante todo, con vida, derechos, sueños, proyectos y afectos; los hijos, son parte de esos enormes afectos.

Le confieso que cuando asumió me encantó el gesto de donar su sueldo al Instituto Paraguayo del Indígena. Ahora que me entero que sabía de la existencia de un niño que era su responsabilidad, me parece un acto demagógico, más allá de lo pertinente de su gesto. Millones de padres se pasan la vida siendo generosos con el mundo, pero sin destinar nada a la atención de sus hijos/as o dejando su cuota como que fuera una dádiva que la madre de los niños, sabrá Dios cómo gastará.

Usted dijo hoy que los niños y niñas de su país deben tener sus derechos garantizados; esos derechos empiezan con la madre que los llevará en su vientre, a veces con ganas, a veces a la fuerza, fruto de abusos y violaciones, y miles de veces, desamparada.

Le pido a Dios, estimado Presidente, estimado hermano, que usted pueda ver esta historia, su historia, no como un acto cerrado por haber hecho lo “legalmente correcto”, sino como una realidad que, comenzando por su casa, afecta a miles de mujeres paraguayas, sus conciudadanas, y sepa actuar diferente, como hombre, como cristiano, y como jefe de estado.