jueves, 19 de abril de 2012

LA BIBLIA TENIA RAZON
«Y tomó Taré a Abram su hijo, y a Lot hijo de Harán, hijo de su hijo, y a Sarai su nuera, mujer de Abram su hijo, y salió con ellos de Ur de los caldeos, para ir a la tierra de Canaán; y vinieron hasta Harán y se quedaron allí» (Gén. 11:31).«Pero Jehová había dicho a Abram: vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré» (Gén. 12:1).«Y se fue Abram, como Jehová le dijo; y Lot se fue con él. Y era Abram de edad de setecientos años cuando salió de Haran» (Gén. 12:4).«Tomó, pues, Abram a Sarai su mujer, y a Lot hijo de su hermano, y a todos sus bienes que habían ganado y las personas que habían adquirido en Harán, y salieron para ir a tierra de Canaán» (Gén. 12:5).


Los viajes de Abraham


Si bien hoy es aceptado que Abraham fue nómade durante la mayor parte de su vida, tampoco hay pruebas de que no haya nacido en Ur de los caldeos (Gén. 10:28) y de que en su niñez y adolescencia haya vivido en Nacor, ciudad a la que llama «mi tierra» en el capítulo 24 del Génesis.
Hasta principios del siglo pasado la zona de Harán era desconocida. Sólo en 1933, en base a un casual descubrimiento de una estatua mutilada que es desenterrada al cavar una tumba, se efectúan excavaciones que conducen a nuevos y emocionantes conocimientos.
Durante las excavaciones que se prolongaron durante seis años bajo la dirección de expertos del Museo del Louvre vienen a la luz el templo de Ishtar, la diosa de la fecundidad y una grandiosa ciudad (Mari) que comprendía un enorme palacio construido en el tercer milenio antes de Cristo y que comprendía 260 salas y patios. En los archivos de este palacio se encuentran 23.600 tablillas de terracota con escritura cuneiforme. Este palacio era una de las grandes maravillas del mundo, una joya de la arquitectura del antiguo Oriente, al punto que viajeros de muy lejos venían para admirarlo.
Los ejércitos de Hammurabi de Babilonia, hasta 1700 años a.c. sometieron este reino, situado en el curso medio del Eufrates destruyendo la gran ciudad. Sin embargo no consiguieron destruirla totalmente. Quedaron en pie muros de hasta 5 metros de altura e instalaciones, tanto en los baños como en las colinas, que bien podrían ser puestas en funcionamiento hoy día, cuatro milenio después de su destrucción, sin necesidad de la más mínima reparación.
En los cuartos de baño se encontraban las bañeras, en las cocinas los moldes para el pan y en las hornallas hasta el carbón.
Los habitantes de esta ciudad y del reino circundante eran amorreos que se habían hecho sedentarios y amantes de la paz. Las conquistas, el heroicismo y el fragor de las batallas no eran de su interés. Sus rostros, como aparecen en sus estatuas y pinturas irradian una admirable serenidad. Sin embargo, la defensa y la seguridad de la región no los libraba de ciertas preocupaciones militares, dado que en sus confines vivían tribus nómades semíticas para las cuales eran una verdadera tentación las ópticas pasturas y los campos de sembradíos. Entre estas tribus se hallaban los descendientes de Benjamín, el último de los hijos de Jacob.
Cuando en París los asiriólogos comenzaron a descifrar la escritura cuneiforme de las tablillas de terracota, encontraron en los informes de los gobernadores de la región, una serie de nombres de la historia bíblica más que familiares y que se enuncian en Génesis 11. Nombres de antepasados de Abraham emergen de la noche de los tiempos como nombres de ciudades de la Mesopotamia nordoccidental, situadas en la llanura de Aram o Padam-Aram. En medio de esta llanura está Harán que, según la descripción debió ser una ciudad floreciente en los siglos precristianos XIX y XVII.


Harán, la patria del padre los patriarcas Abraham, la patria del pueblo hebreo, está aquí documentada auténticamente por primera vez, por cuanto lo señalan los textos de la época. Un poco más arriba, en el mismo valle del río Belikh, estaba otra ciudad de familiar nombre bíblico: Nacor, la patria de Rebeca, mujer de Isaac.
Según los datos bíblicos, se puede calcular exactamente que Abraham dejó Harán 645 años antes de la salida de los hijos de Israel de Egipto, quienes bajo la guía de Moisés se dirigirían a través del desierto hasta la tierra prometida en el siglo XIII a.c. Esta fecha, como veremos, ha sido establecida arqueológicamente. Abraham debe haber vivido hacia el 1900 a.c., según lo demuestran las excavaciones y los hallazgos, tanto en Harán como en Nacor.
Los documentos prueban por primera vez que la historia de los patriarcas contenida en la Biblia no es –como a menudo y con gusto fue llamada- una «pía leyenda», sino que constituyó la descripción de hechos de una época que puede ser perfectamente atribuida en el tiempo.


La ruta de Harán, la patria de los patriarcas, hacia la tierra de Canaán se extiende por más de 1000 kilómetros en dirección sud. Descendiendo a lo largo del río Belikh, se alcanza el Eufrates, desde donde, por un camino caravanero milenario a través del oasis de Palmira, la bíblica Tadmor, se llega a Damasco y, desde aquí, girando hacia el sud-oeste, al lago de Genezaret. Es una de las grandes vías comerciales que desde tiempos inme-moriales conducen del Eufrates al Jordán, desde los reinos de la Mesopo-tamia hacia las ciudades fenicias del Mediterráneo y hacia el lejano Egipto.
Hoy, para recorrer el itinerario de Abraham se necesitan cuatro visas:
7 Para Turquía, donde está Harán
7 Para Siria, pasando por Damasco entre el Eufrates y el Jordán
7 Para Jordania
7 Para Israel que ocupa el antiguo Canaán.
La antiquísima ciudad de Damasco, con sus mezquitas y los restos de las construcciones romanas, está situada en medio de una vasta y fértil llanura que cada primavera, en los innumerables jardines y a lo largo de los bordes de los campos cercanos a sus muros es todo florecer de damascos y almendros de color rosado. Campos ubérrimos se alternan con olivares y amplias plantaciones de moreras. Sobre esta llanura se alza el célebre Hermón, con sus 2750 metros, de cuyo lado sur brotan las aguas del Jordán. Este monte, que domina los dos países, visible a gran distancia, parece que ha sido puesto por la naturaleza como piedra divisoria entre Siria y Palestina.
Continuando por la ruta hacia el sud se llega a un puente, bajo cuyo arco se escurren las aguas de un estrecho y rápido río: el Jordán, lo que significa haber llegado a Palestina en Israel. Diez kilómetros más adelante se llega al lago de Genezaret, en el cual desde una barca predicó Jesús en cercanías del pueblito de Capernaúm. Dos milenios antes pastaban sobre estas orillas los rebaños de Abram, dado que viniendo desde la Mesopotamia hacia Canaán se pasaba delante del lago de Genezaret, también llamado Mar de Galilea o Lago Tiberíades.
Canaán es la estrecha y montañosa franja de tierra comprendida entre la costa del Mediterráneo hasta los márgenes del desierto, y significa "país de la púrpura", porque desde tiempos remotos sus habitantes extraían de un caracol marino un famoso colorante muy usado en el mundo antiguo: la púrpura.
Canaán es además la cuna de dos cosas cuyos efectos fueron trascen-dentales para el mundo: la palabra "biblia" y nuestro alfabeto. Una ciudad fenicia dió su nombre a la palabra griega que significa "libro": de Biblo, la ciudad marítima de Canaán, derivó «biblion" y luego "Biblia". En el siglo IX A.C. los griegos tomaron de Canaán las letras de nuestro alfabeto.
La parte del país que debía transfor-marse en patria del pueblo de Israel fue bautizada por los romanos con el nombre de sus más acérrimos enemigos: "Palestina", que deriva de "Palishtim", que es el nombre con que eran llamados los filisteos en el Antiguo Testamento.
Hacia 1850 A.C., es decir a mediados de la época de los patriarcas, Canaán estaba a manos de Egipto, o sea sometido a la soberanía de los faraones. De esa época el mundo posee un documento único, una verdadera joya de la literatura antigua. El autor es un cierto Sinuhe, un noble de la corte que es envuelto en una intriga política, y al temer por su vida, emigra a Canaán consiguiendo pasar clandestinamente la gran muralla que los faraones habían construido para evitar que los asiáticos entraran en Egipto. Esta es la muralla que los hijos de Israel atravesaron no pocas veces y es muy probable que el primero haya sigo Abraham cuando, durante una carestía, se dirigió a Egipto, según Génesis 12:10.
Sinuhe no sólo cuenta en detalle su vida en Canaán; como se enriqueció gracias al apoyo de un príncipe nómade que lo había conocido en Egipto y como, luego de un cierto tiempo vuelve a Egipto llamado por el mismo faraón, donde es recibido con gran alegría para vivir allí hasta el fin de sus días.
Lo curioso es que de esta narración de Sinuhe se halló no uno sino varios ejemplares: algo así como el primer "best-seller" del mundo y referido precisamente a Canaán. El relato de Sinuhe sobre Canaán es verídico del tiempo en que allí llegó Abraham. Por otra parte, los textos en jeroglíficos sobre las campañas bélicas egipcias no sólo concuerdan con la narrativa de Sinuhe sino que se repiten también en algunos versículos bíblicos. Así en Deut. 8: 7-8 se lee: "Porque Jehová tu Dios te introduce en la buena tierra, tierra de arroyos, de aguas, de fuentes y de manantiales que brotan en vegas y montes; tierra de trigo y cebada, de vides, higueras y granados; tierra de olivos, de aceite y de miel".
La descripción que hace Sinuhe de su vida entre los amorreos, bajo tiendas circundadas de sus rebaños y sometido a continuas luchas con los prepotentes beduinos que deben alejar de sus pasturas y pozos de agua, corresponde exactamente a la narración bíblica de la vida de los patriarcas. También Abraham y su hijo Isaac deben luchar por sus pozos, según Ge, 21: 25 y 26: 15
En el corazón de Samaria se extiende un valle amplio y llano en el cual, en la base del monte Garizim fueron encontradas las ruinas de Siquem. Desde tiempos remotísimos en la llanura de Siquem existen dos pasos: uno conduce al rico valle del Jordán; el otro atraviesa las solitarias alturas, corre al sud hasta Betel, y más allá de Jerusalén desciende hasta el Néguev, el país del Mediodía de la Biblia. Quien sigue este camino encuentra pocos habitantes en la región colinosa central de Samaria y de Judea: Siquen, Betel, Jerusalén y Hebrón. Quien elige el camino más cómodo, encuentra las ciudades mayores y las fortificaciones más im-portantes de los cananeos en los óptimos valles de la llanura de Jezrael, en el fértil litoral delante de la Judea y entre la rica vegetación del valle del Jordán.
Abraham eligió para su primer viaje exploratorio en Palestina el camino fatigoso y solitario que a través de las alturas se dirige al sud. Aquí las boscosas pendientes de las montañas proveían albergue y refugio y abundantes pastos para sus rebaños en los claros. Más tarde los mismos senderos fueron recorridos muchas veces en los dos sentidos por él y su familia, como también por los demás patriarcas. Aunque los fecundos valles de la llanura lo atrajeran fuertemente, Abraham prefirió tener el pie sobre la montaña, ya que en caso de un encuentro, sus arcos y sus hondas no habrían podido competir con las espadas y lanzas de los cananeos. Por eso Abraham no se atrevió a abandonar las montañas.


Adaptado y traducido por el Editor.