jueves, 21 de noviembre de 2013

"La Biblia tenía razón"




 
 CUARENTA AÑOS EN EL DESIERTO

 Sobre la ruta del Sinaí
«Partieron los hijos de Israel de Ramsés a Sucot, como seiscientos mil hombres de a pie, sin contar los niños. (EX. 12:37). Mas hizo Dios que el pueblo rodase por el camino del desierto del Mar Rojo (Ex. 13:18). Y partieron de Sucot y acamparon en Etam, a la entrada del desierto (Ex. 13: 20). Siguiéndolos los egipcios, con toda la caballería y carros de Faraón, su gente a caballo y todo su ejército, los alcanzaron acampados junto al mar, al  lado de Pi-hahirot, delante de Baalzefón» (Ex. 14: 9)

La primera parte del camino recorrido en la fuga de Egipto se puede seguir exactamente sobre un mapa. Indudablemente, no era la vía de la tierra de los filisteos de Ex. 13: 17, pero era la vía número uno que conducía de Egipto al Asia a través de Palestina, casi paralela a la costa del Mediterráneo. Era la mejor y más corta, pero al mismo tiempo la más vigilada. Un verdadero ejército de soldados y funcionarios ejercía un riguroso control sobre cada entrada y salida, por ese motivo los israelitas se desvían hacia el sur.

«Y extendió Moisés su mano sobre el mar, e hizo Jehová que el mar se retirase por recio viento oriental toda aquella noche; y volvió el mar en seco, y las aguas quedaron divididas. Entonces los hijos de Israel entraron por en medio del mar en seco, teniendo las aguas como muro a su derecha y a su izquierda» Ex. 14: 21-22.

Un cuerpo de carros egipcios que pretende alcanzar a los israelitas es tragado por el mar con todos sus caballos y caballeros. Este milagro del mar ocupó la atención de los hombres por mucho tiempo. La ciencia y las investigaciones no han podido esclarecer  el lugar por donde tuvo lugar la huida, debido en principio a un problema de traducción. El término hebraico «Yam suph» ha sido traducido por «Mar Rojo» y otros por «Mar de las cañas» o «cañaveral». Pero sobre las riberas del Mar Rojo no crecen cañas. El verdadero mar de cañas se encuentra más al norte y la construcción del Canal de Suez ha cambiado el aspecto de la costa de tal manera que no permite la reconstrucción del paisaje de entonces. Con los cálculos más verosímiles el milagro del mar debió tener lugar en ese sitio. En los tiempos de Ramsés II el golfo de Suez comunicaba con los Lagos Salados, y probablemente la comunicación llegaba hasta el lago de los cocodrilos, estando en este lugar el mar de cañas.
El tramo que unía el canal de Suez con los Lagos Salados era transitable en muchos puntos y se descubrieron trazos de vados, demostrando que la fuga de Egipto a través del mar de las cañas es verosímil.
En los primeros años del cristianismo se llegó a pensar que la fuga de los israelitas tuvo lugar a través del Mar Rojo, en las vecindades del actual Suez, lo cual no sería de descartar considerando que a veces los fuertes vientos del noroeste empujan las aguas de la punta septentrional del golfo de Suez con tal violencia que se puede atravesar a pie.





«E hizo Moisés que partiese Israel del Mar Rojo, y salieron del desierto y anduvieron tres días por el desierto sin hallar agua. Y llegaron a Mara, y no pudieron beber las aguas de Mara, porque eran amargas EX. 15: 22-23. Y llegaron a Elim, donde había doce fuentes de agua y setenta palmeras… Ex. 15: 27. Partió luego de Elim toda la congregación de los hijos de Israel, y vino al desierto de Sin, que está entre Elim y Sinaí» Ex. 16: 1.

Así comienza la fatigosa marcha, la vida nómade en el árido paisaje de la estepa, que durará 40 años. Con asnos, cabras y ovejas se pueden recorrer diariamente no más de una veintena de kilómetros y la meta cotidiana es siempre el próximo pozo de agua. Teniendo en cuenta los puntos de parada citados en la Biblia, se pueden identificar exactamente las etapas más importantes. El itinerario descripto en Núm. 33 es verídido y convincente.
Desde el Nilo hasta las montañas de la península de Sinaí corre un antiquísimo sendero, camino por el cual llegaban los trabajadores y esclavos que, desde el 3000 a.C, extraían cobre y turquesas de los montes de Sinaí. En el curso de los milenios las minas fueron abandonadas más de una vez, pero Ramsés II recobró los tesoros escondidos y las hizo reactivar. A lo largo de esta ruta Moisés conduce a su pueblo.

«Y venida la tarde, subieron codornices que cubrieron el campamento; y por la  mañana descendió rocío en derredor del campamento. Y cuando el rocío cesó de descender, he aquí sobre la faz del desierto una cosa menuda, redonda, menuda como una escarola sobre la tierra. Y viéndolo los hijos de Israel, se dijeron unos a otros: ¿Qué es esto? Porque no sabían que era. Entonces Moisés les dijo: es el pan que Jehová os da para comer». Ex. 16: 13-15.

Mucho se ha discutido sobre la cuestión de las codornices y del maná. Sin embargo, tanto uno como otro son perfectamente naturales, basta interrogar a un naturalista o a los indígenas del lugar. Hoy se puede observar el mismo fenómeno. En primavera grandes migraciones de pájaros se desplazan del Africa calurosa y seca  hasta los Balcanes. Entre éstos se encuentran las codornices que en su migración pasan sobre el Mar Rojo y que, cansados, descienden sobre las costas para recuperar fuerzas, antes de lanzarse sobre los altos montes para alcanzar el Mediterráneo. Flavio Josefo da noticias de este hecho y los beduinos todavía hoy recogen codornices en los meses de la primavera y otoño.
El capítulo 16: 35 del Exodo relata:

«Así comieron los hijos de Israel maná cuarenta años, hasta que llegaron a tierras habitadas en los límites de la tierra de Canaán. Salieron de Elim y acamparon junto al Mar Rojo. Salieron del Mar Rojo y acamparon en el desierto de Sin. Salieron del desierto de Sin y acamparon en Dofca» (Núm. 33: 10-12)

En cuanto al maná, fue explicada en 1823 por un botánico alemán en una clara publicación sobre su origen: se trata de una secreción de los árboles y arbustos del género Tamarix cuando son picados por una especie de cochinilla que vive en el Sinaí. Esta explicación sobre sus características y propiedades fue confirmada cien años después por una expedición de botánicos de la Universidad hebraica de Jerusalen.
La Tamarix mannifera, (tamariscos) que producen maná crecen todavía hoy en el Sinaí y a lo largo del desierto arábigo hasta el Mar Muerto y constituye un valioso producto de exportación desde la península de Sinaí.

Varios centenares de metros sobre el nivel del Mar Rojo se extiende el vasto desierto de Sin y hacia el sudeste se puede gozar de una inolvidable vista a distancia del Sinaí. Hasta fines del siglo XIX ninguno sabía donde buscar la localidad de Dofca porque este nombre es un término hebreo que equivale a «proceso de fusión», y éstos procesos tienen lugar donde hay metales.
En la primavera de 1904, el inglés Flinders Petrie, famoso arqueólogo bíblico, parte de Suez para seguir la ruta del Exodo desde Egipto. Llegada la caravana al Sinaí, de pronto sobre una terraza rocosa aparece un templo con pequeños altares, y alrededor sobre la amarilla arena se ven trazas de cenizas de holocaustos. Sobre las ruinas del templo Petrie encuentra esculpido el nombre de Ramsés II. Se trata de un antiguo centro minero e industrial del cobre y de la turquesa, como lo probó luego el hallazgo en la vecindad de restos de las habitaciones donde vivían los mineros. A pocos pasos del templo aparecen bajo la arena, fragmentos de tablillas de piedra sobre las cuales hay grabados signos muy extraños nunca vistos antes, que no pueden ser descifrados. Después de mucho analizarlos, Petrie llega a la conclusión, en base a la frecuencia con que son nombrados, que son los operarios cananeos reclutados por los egipcios quienes usaban este sencillo sistema de signos lineales. De esto se deduce un hecho importante: los operarios cananeos sabían escribir 1500 años a.C, y esta grafía no tiene nada que ver con los jeroglíficos ni con la escritura cuneiforme. Esto refuta la hipótesis de que los israelitas venidos de Egipto no supiesen escribir.
Esta explicación suscitó gran impresión entre los arqueólogos, de los estudiosos de la Biblia y de los historiadores. Expertos de todos los países se vuelcan al estudio de estos caracteres que Petrie había divulgado, pero ninguno logró atribuirle un sentido, hasta que diez años más tarde el genial e incansable traductor de los textos egipcios, Alan Gardiner, alcanza a descifrar una parte de las inscripciones. El «bastón del pastor» repetidamente impreso lo puso sobre la justa vía. En la combinación de cuatro o cinco signos que aparecen varias veces, Gardiner reconoce palabras del antiguo lenguaje hebraico. Los cinco signos l-B-‘-l-t los interpreta como dedicados a la «diosa Baalath», una diosa que era venerada en la costa de Biblo en el segundo milenio a.C. A la misma divinidad los egipcios le habían erigido un templo en el lugar de las excavaciones de Petrie, el lugar donde operarios cananeos extraían cobre y turquesas.
La cadena de pruebas se cerró. La importancia del hallazgo sobre el Sinaí alcanza toda su amplitud después de otros estudios, y seis años después de la muerte de Petrie. Gardiner había descifrado sólo una parte de aquellos extraños símbolos. Treinta años después, en 1948, un grupo de arqueólogos californianos realiza una fiel traducción de todos los signos impresos sobre las tablillas del Sinaí. Las inscripciones provienen ya sin duda alguna de una época situada alrededor del 1500 a.C en un dialecto de Canaán.
Las famosas inscripciones del Sinaí representan el primer estadío del alfabeto nord-semítico que es el progenitor directo de nuestro actual alfabeto. Es la escritura que se usaba en Canaán y en las repúblicas marítimas de los fenicios. Y hacia fines del siglo IX precristiano fue adoptado por los griegos. De Grecia pasó a Roma y de Roma a todo el mundo.


«Y Jehová dijo a Moisés: Escribe esto para memoria en un libro… (Ex. 17:14)

Por primera vez en el Antiguo Testamento se habla de «escribir», cuando el pueblo de Israel llegó a la etapa en Dafca. Nunca antes aparece esta palabra. Descifrar las tablillas del Sinaí llevó este pasaje de la Biblia a una luz absolutamente nueva de testimonio histórico, puesto que desde entonces sabemos que 300 años antes que Moisés condujese a su pueblo fuera de Egipto, hombres de Canaán «escribieron» en su lengua en esta región, estrechamente relacionada con aquella de Israel.


Adaptado y traducido por el editor.