jueves, 24 de julio de 2008

Juan Calvino, el reformador

El 10 de Julio de 2009 se cumplirán 500 años del nacimiento de Juan Calvino, una de las mayores personalidades de la historia europea. Con tal motivo hemos considerado pertinente hacer conocer, en ocho cortas entregas, una síntesis de la pequeña obra biográfica del pastor Giorgio Tourn con el título del encabezamiento. Todo esto al entender que será un aporte útil y válido para los miembros y amigos de IERBA que, como comunidad, se nutre en el difícil pero estimulante pensamiento de este reformador.
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1) JUVENTUD
A la sombra de la catedral

En 1521 la revolución de la edad moderna está cambiando el rostro de la Europa medieval. Ha sido descubierto un nuevo continente, la economía tradicional se está transformando radicalmente bajo el impulso del humanismo, y las novedades en las artes y en los estudios se subsiguen a un ritmo frenético. Sin embargo en Noyon, la ciudad francesa donde doce años antes naciera Juan Calvino, la vida continúa en forma muy tradicional a la sombra de la catedral, el gran edificio de la ciudad que recuerda a todos en forma bien visible el significado de su presencia. Como curador fiscal y escribano del capítulo de esta catedral se desempeña maître Cauvin, padre de Juan, quien por sus relaciones obtiene para su hijo un “beneficio” para proseguir sus estudios, esto es el dinero obtenido en una de las capillas por misas, indulgencias y ofrendas. Que este “beneficio” fuese asignado a un laico adolescente no constituía en esa época escándalo alguno, si se tiene en cuenta que un miembro de los duques de Savoia fue designado obispo de Ginebra a los 7 años.

Es cierto, no obstante, que esta costumbre tradicional de vender o asignar “beneficios” o cargos eclesiásticos o indulgencias estaba provocando reacciones en toda Europa, y ya cuatro años antes, en 1517, el monje Martín Lutero se había hecho sentir con sus 95 tesis en una protesta que rápidamente se estaba extendiendo a pesar de la excomunión de aquél. Es más, este hecho y la publicación de algunos escritos como “La maldad babilónica de la iglesia” y “El llamado de la nobleza alemana” desencadenaron en la opinión pública europea un ardiente debate. El doceañero Calvino probablemente ignora todo esto y su única preocupación es el estudio del latín en la escuelita de Noyon.
Si es cierto que el hombre adulto es el fruto de lo que fue su infancia, debemos dirigir una rápida mirada al ambiente en el cual crece. Su familia es de extracción popular, pero que con arduo trabajo consiguió crearse una situación de relativo bienestar.
La casa de maître Cauvin y de sus hijos (3 varones, 2 de los cuales lo seguirán a Ginebra y 2 mujeres), se vio privada muy temprano de la presencia de la madre, que muere cuando Juan tiene 6 años. Muy probablemente este hecho pueda haber influido en su carácter sensible y melancólico de adulto. Poco expansivo y amante de los libros, es, con todo, un muchacho como todos. Entre sus compañeros de estudio se encuentran los hijos de una importante familia de Noyon perteneciente a la antigua nobleza de Francia y que explicaría, al frecuentar su casa con asiduidad, ese trato de Calvino un tanto distante, levemente aristocrático que lo caracteriza y le permite dirigirse libre de complejos, sin cortesanías pero también sin arrogancia, tanto a los reyes como a los prelados.
Maître Cauvin tiene grandes proyectos para este hijo y, una vez terminados sus estudios primarios, lo envía a Paris a lo de un tío, para que asista a las mejores escuelas de la capital.
La Paris que descubre es un mundo en plena transformación. Es un mundo en el cual se está afirmando la cultura humanística de influencia italiana donde reina Francisco I, joven soberano moderno que ama rodearse de señoras rena-centistas con una corte de artistas y literatos.
Calvino frecuenta en primer lugar el colegio de la Marche, donde tiene un excelente maestro de latín que, luego de convertirse al luteranismo, se encontrará con él en Ginebra. Luego pasa a uno de los colegios más célebres de la capital, el Montaigu, donde se prepara para el sacerdocio en una atmósfera de verdadera mortificación: levantarse al alba, escasa comida, las infracciones castigadas con azotes, pero en el cual habían estudiado los mayores personajes del siglo: Erasmo, Rabelais e Ignacio de Loyola. Si bien estos años no favorecieron su salud (las hemicráneas y los dolores de hígado hicieron en los años sucesivos un continuo sufrimiento de su vida), ese tiempo consolidó las bases de su formación cultural, familiarizándolo con el latín y enseñándole el arte del debatir.
Sus profesores tienen grandes esperanzas de que un alumno tan aplicado y serio abrace la vida eclesiástica, pero por causas no conocidas maître Cauvin elige los estudios de abogacía para su hijo y éste obedece sin discusión. Como quería su padre, sería abogado y buen católico.

B) Entre Meaux y la Sorbona
Mientras Calvino continúa con sus estudios está emergiendo en Francia un movimiento reformado de tipo evangélico que, aunque manteniéndose en la tradición católica, busca eliminar los elementos espurios.
Inspirado en la obra de Erasmo, cuyo Nuevo Testamento griego Lucero y Zwinglio habían utilizado para sus traducciones al alemán, y de su discípulo Lefevre D'Etaples, también el insigne biblista con su traducción del Nuevo Testamento en francés, este evangelismo propugna una purificación de la fe cristiana con un retorno a las fuentes bíblicas.
El epicentro de este reformismo evangélico francés es la diócesis de Meaux, ciudad cercana a la capital, donde el mismo obispo se empeña en limitar el culto de las reliquias y la práctica de las indulgencias, imponiendo al clero cursos de doctrina, y sobre todo, programando predicaciones sobre las Sacras Escrituras.
La diócesis de Meaux se transforma así en el laboratorio en donde se experimenta una reforma moderna del catolicismo, allí trabajan Lefèvre y un equipo de predicadores, como Farel, que encontraremos más adelante.

En 1530, en un campo puramente cultural pero con fuerte incidencia en lo religioso, Francisco I funda el Colegio de Francia, en el cual inician cursos prestigiosos docentes para la enseñaza del griego y del hebraico. Estos hombres, profundamente creyentes, ponen su ciencia y su doctrina al servicio del pueblo cristiano, en la convicción de que el estudio de las Escrituras y la difusión de la cultura no pueden más que servir a la fe y poner remedio a la ignorancia y a la corrupción a menudo presente en las instituciones eclesiásticas.
Quien espera que esta exigencia de reforma, sentida por curas, laicos, estudiosos y demás ciudadanos sea apoyada por las autoridades eclesiásticas, quedará desilusionado: la reacción es de pánico, de parálisis y cualquier propuesta de reforma es rechazada.
La Sorbona condena sin apelación no sólo las publicaciones reformistas sino también la enseñanza de las lenguas bíblicas, al punto de considerar una herejía el sostener que para comprender las Sacras Escrituras es necesario conocer los idiomas griego y hebraico.
Es más, el obispo de Meaux es obligado a desistir de sus reformas y Lefèvre a retomar su peregrinaje a través de Francia.
¿Qué es lo que sabe Calvino de todo esto? ¿o sea de lo sucedido en Meaux, de la hoguera en que fue quemado un franciscano acusado de blasfemia, o de la hoguera para las obras de Lutero requisadas de las librerías, o del hecho sobre una estatua de la Virgen decapitada por manos desconocidas que dio lugar a una semana de ritos penitenciales con el soberano en primera fila y que desencadenó una verdadera caza al luterano?.
No puede haberlo ignorado completamente: son los hechos del día que estaban en la boca de cada parisino, aunque lejos de sus preocupaciones de estudiante. Lo que no sabe es que estos hechos constituyen el inicio de una larga historia de martirio y de persecuciones, en la cual, acto seguido, él habría de implicarse.

Traducido y adaptado por Héctor Berger